Hemos vuelto a comprobar estos días la verdadera cara del feminismo radical. Un movimiento que, presuntamente, busca empoderar a la mujer y liberarla (sic) del yugo del hombre, pero que, cuando realmente tiene la oportunidad de ponerse del lado de la feminidad, le da la espalda y la pisotea.
Es el caso de la actriz y directora Leticia Dolera. Autoproclamada defensora máxima del feminismo patrio, es en estos momentos el máximo exponente de la ceguera a la que conducen las ideologías. Esta señora declinó contratar a una actriz (Aida Clotet) para un papel protagonista en su serie porque estaba embarazada. Aunque reconoce que la causa es por el embarazo, la justificación de su decisión se basa en motivos nada feministas. De hecho, son bastante ‘heteropatriarcales‘ y capitalistas: el aumento de precio de los seguros para cubrir accidentes laborales para una mujer embarazada -que Clotet se ofreció a pagar de su bolsillo-, la dificultad de una mujer en estado para soportar las jornadas de rodaje -…- y el hecho de que tenía que rodar escenas de sexo y desnudos -para lo que Aída recordó que se puede jugar con los planos o usar dobles-.
Es decir, que el feminismo, el supuesto movimiento para la exaltación y protección de la mujer no incluye a las madres. Es decir, que lo verdaderamente excepcional, único del sexo femenino, que es su capacidad para ser madre, para dar vida, es odiado y repudiado por las adalides de este movimiento. ¿Tener un hijo te hace menos mujer? ¿Te hace menos digna?
Sería cómico de no ser tan grave. Pero nos sirve para ver lo que hay detrás de este movimiento cuando se lleva al extremo. No busca la necesaria igualdad real entre el hombre y la mujer, una meta que sólo se alcanzará si ambos sexos caminan juntos; el objetivo es la criminalización de lo masculino, el cambio social, por la vía del conflicto. No se dan cuenta de que por el camino se están dejando la esencia misma de la mujer: su capacidad de dar vida.