Recientemente se ha aceptado la toma en consideración de que las personas que acuden a la puerta de los centros abortistas puedan ser castigadas con multa, cárcel o trabajos al servicio de la comunidad. Esto último ya lo hacen, y no como castigo, sino por el amor a la vida y por tratar de evitar que se cometa la peor injusticia hacia el ser humano más inocente y débil y hacia una madre que va, la mayoría de las veces, buscando una solución a sus problemas, agobiada, presionada o sola. Hacen un servicio no solo a las vidas salvadas y a sus madres, que agradecen de por vida no haber caído el abismo negro del aborto, sino a la sociedad entera, a la verdad y al bien común.
Otros rezan, y eso, además del poder indudable de la oración, puede recordar esta frase que invita a la reflexión: Quien no te quiere oír, no te escucha, ni aunque grites. Quien te quiere escuchar, te oye, incluso aunque no hables.
Ellos, junto a las asociaciones que desde hace décadas ayudan a tantas embarazadas a seguir adelante con su vida y la de sus hijos (también a muchas que ya tenían cita para abortar), se convierten en un estorbo no sólo para el negocio del aborto, sino para la conciencia personal y colectiva. Esto va bien, esto demuestra que la labor provida es un obstáculo efectivo para el aborto. Esto permite sacar a la luz la verdad más odiada, hace hablar a las piedras, porque se están levantando voces desde todos los rincones hacia esta locura, hacia este mundo al revés.
Es una ley que quiere penalizar algo que ya lo está, como es el acoso, que va contra la libertad de expresión, de pensamiento, de reunión y contra el derecho que tiene cualquier persona a la información y a ser ayudada, pero hay algo mucho peor, es presentar el bien como mal y el mal como bien. Es el disparate y la perversión más sutil llevada a la ley. Pretende hacer creer que las mujeres son víctimas porque alguien se acerque y le diga: ¿qué necesitas para no abortar? Podemos ayudarte. Pero también presentan como víctimas y como sufridos servidores de la humanidad, a quienes se hacen de oro con la muerte y el sufrimiento ajeno. Esos mismos que han sido considerados como un servicio esencial durante la pandemia.
Porque lo que es cierto es que han dejado de ganar mucho dinero, porque se cuentan por miles, las mujeres (y hombres) que, gracias a una palabra, a una mano a tiempo, pueden hoy abrazar a sus hijos y celebrar no haber sucumbido a lo que se les presentaba como una decisión liberadora y sin consecuencias. Ellas son las mejores embajadoras de la vida. Así como las personas que, arrepentidas y arrastrando el dolor inigualable de un aborto provocado, tratan de que otras no pasen por lo mismo y desearían haberse encontrado a tiempo con alguien que las quisiera de verdad.
Lo dicho, el mundo al revés. Estas personas ni hostigan ni son violentas. El acoso, la violencia está dentro de esos muros y en el sistema que financia y normaliza una práctica tan cruel y primitiva.
Aprovechemos esta circunstancia para darle la vuelta a la historia, para animar a todos, también a los que en algún momento han estado del otro lado, a ponerse al lado de la vida, de la de todos. Es como abrir una ventana para que la luz y el aire puro entre hasta el último rincón. Ah! Se me olvidaba: GRACIAS a todos los provida, de corazón.
Alicia Latorre, presidente de la Federación Española de Asociaciones Provida