Educar a un hijo es mucho más que el ¡vamos a ser padres! Uno de los aspectos más difíciles es el de dejarles que se equivoquen, que sufran en consecuencia y, para finalizar el proceso, que maduren. Dejarles la libertad para que se equivoquen en muchas ocasiones supone un esfuerzo enorme para los padres.
Es normal que los progenitores sean conscientes de las consecuencias que acarrean las malas decisiones que toman los hijos, y los errores consecuentes de éstas y que sufran por ello, sin embargo, esto no debe llevar a controlar en exceso la vida de los hijos ya que es contraproducente en su educación y proceso de crecimiento.
Los padres quieren siempre lo mejor para sus hijos y es lógico que el control surja como algo natural. Lo difícil está en saber qué es lo mejor para ellos, pensar en su felicidad futura más que en la inmediata. Intentar protegerlos constantemente de los problemas y sufrimientos a la larga puede generar en los hijos frustración e inseguridad.
La clave está en educar a los hijos con la capacidad de discernir las distintas opciones que se les presenten y elegir en libertad, y si se equivocan, enseñarles el camino para aprender de ese error y gestionar los sentimientos que se deriven de esa situación.
El tono siempre debe ser positivo y optimista, para que lo vean como algo natural y no dramático. Así aprenden ellos a expresar sus sentimientos de una manera más natural.
Sin embargo, evitar el excesivo control no es caer en la permisividad. Deben ser autónomos pero sabiendo que viven en una familia y con gente que les rodea y que para eso hay unas normas familiares y sociales.
Esto les ayuda a madurar y les enseña a enfrentarse a los problemas y las consecuencias de los errores que irán cometiendo a lo largo de su vida.