Cada vez es más habitual ver cómo expertos y profesionales de las más variadas ramas ocupan el lugar de los padres en la educación de los hijos. Son estos expertos los que, con más frecuencia de la debida, suplantan a los padres de manera sutil pero efectiva en los aspectos más íntimos de la educación: la transmisión de valores familiares, la formación de la personalidad, el desarrollo integral del niño, los derechos y los deberes de estos o la educación afectivo-sexual.
Estas personas ajenas a la familia facilitan a los padres objetivos, motivaciones y técnicas para educar a sus hijos que en esencia se reducen en muchas ocasiones a incidir en que los padres sólo deben escuchar, aprender y adaptarse a los nuevos tiempos. Sin embargo, esto no hace más que privarlos de su papel de padres y madres volviéndolos aprensivos y posesivos con sus hijos.
Es cierto que el presente en que vivimos es muy complejo y que en muchas ocasiones los padres tienen la sensación de no estar educando acertada y adecuadamente. Con todo, los padres debemos tomar las riendas de la educación de nuestros hijos como seres humanos demostrando que somos capaces de construir la mejor versión de cada uno de ellos.
Necesitamos pensamiento crítico y analítico para entender la realidad, pero también, y sobre todo, necesitamos ánimo y propuestas constructivas para afrontar la educación de nuestros hijos. Lo más importante para acometer esta tarea es saber dónde estamos y, sobretodo, hacia dónde nos dirigimos.
Por tanto, lo primero que hemos de reconocer los padres y madres es que hemos abandonado los tiempos de diálogo y reflexión en las familias y que hoy en día, una gran mayoría de los padres se encuentran atrapados por sus trabajos, preocupaciones y complejidades de la vida actual.
Y cuando hablamos de la necesidad de hablar con nuestros hijos no nos referimos a una conversación trivial, sino a diálogos hechos con el corazón, que nos lleven a un verdadero encuentro familiar.
En este día mundial de las madres y los padres, 1 de junio, preguntémonos con la mano en el corazón: ¿dónde está y hacía dónde va el camino de nuestros hijos? ¿Dónde está realmente su corazón: sus alegrías, sus esperanzas, sus anhelos? ¿Lo sabemos? ¿Sabemos realmente qué esperan nuestros hijos de sus padres y sus madres?