En los últimos días, todos los medios de comunicación se hacen eco del dramático rescate de un niño de dos años, Julen, caído en un pozo de la localidad de Totalán en Málaga. Muchas cosas se podrían comentar sobre este desafortunado accidente, pero hoy queremos destacar algo sobre lo que la gente no habla o no percibe.
Empecemos con la respuesta de todos a este drama: magnífica. Todos los profesionales que pueden aportar algo se han puesto a disposición de las autoridades que coordinan el rescate: Guardia Civil, Policía, mineros, ingenieros, médicos, bomberos, Protección Civil… hasta los pocos restaurantes de la zona -el pueblo apenas tiene setecientos habitantes-, ofrecen comidas a todos los que están trabajando sin descanso en el rescate, por no hablar del mismo Totalán, que aloja y mantiene a todo aquel que pueda necesitarlo. Empresas de las más alejadas zonas de España han construido todo tipo sistemas y materiales para que puedan utilizarse en el rescate. Y todos ellos con un denominador común: su generosidad; no quieren nada a cambio y no piden otra cosa que no sea llegar a tiempo para salvar la vida de este niño.
Otro rasgo para destacar es la espontaneidad de los voluntarios y profesionales. No ha habido que llamar a nadie y todos han acudido para aportar lo mejor de sí mismos.
Entonces, cabe hacerse la siguiente pregunta: ¿Qué mueve a toda esta gente del dispositivo de rescate a actuar como lo están haciendo? Si preguntáramos individualmente la respuesta sería única: salvar a un niño de dos años; llegar a tiempo, al coste que sea.
Sirviendo es cuando más valemos
Y esta pregunta y su respuesta nos lleva a la siguiente reflexión. Cuando se está libre de prejuicios, cuando se actúa ante la necesidad y prevalece el corazón, cuando se anteponen los demás a nuestra propia comodidad, cuando se entiende que sirviendo es cuando más valemos, en definitiva, cuando somos humanos de verdad, es cuando más limpia es nuestra lista de prioridades. En esta ocasión, la vida de un niño se ha puesto en la primera posición. ¿Por qué, entonces, no es siempre así? ¿Por qué la vida de un niño vale mucho, o lo vale todo, cuando se trata de un drama televisado y no vale nada, o casi nada, cuando se trata de un drama privado, personal?
En unos tiempos en los que se tiene la obsesión de hacer público lo que es privado, hagamos público también que hay muchos padres que necesitan ayuda para poder tener a sus hijos y que esas ayudas se niegan porque «no es políticamente correcto». La contradicción lleva a la hipocresía y la hipocresía a la injusticia. Y sin justicia no habrá paz.