Dicen que para abortar hace falta mucho valor y, en parte, puedo estar de acuerdo. Si partimos de la base -incontestable- de que desde el momento de la fecundación hay vida y de que cuando una mujer se somete a un aborto un corazón que latía deja de latir, decidir abortar puede parecer sin duda, un acto valiente, porque cualquiera no es capaz de tomar esa decisión.
Si nos preguntaran si seríamos capaces de poner fin a la vida de otra persona, probablemente nuestra respuesta sería “NO”, pero en conciencia, muchos pensarían que “depende”; si mi vida está en peligro, si es para salvar a mis seres queridos o para ayudar a alguien, entonces a lo mejor la respuesta sería sí.
Quizá entonces esté mal mi planteamiento y no es cuestión de tener valor, sino de “el valor.” De lo que se valora y lo que no, o lo que valoramos más. Por eso, el problema, el verdadero conflicto, llega cuando dos vidas entran en colisión, cuando se trata de elegir entre dos opciones que tienen el mismo peso, la misma importancia, cuando hablamos de los casos en los que la respuesta es “depende”.
Analicemos los motivos que llevan a tomar esta terrible decisión. “Soy muy joven, me va a arruinar la vida, me va a afectar en mi trabajo, mis padres me matan, no tengo dinero, mi novio no quiere, el niño viene con problemas y no puedo hacerme cargo de él, este embarazo no llega en buen momento, no entraba en mis planes o, incluso, este niño no merece la vida que yo puedo darle”, probablemente me haya dejado alguno, pero recogen sin duda la inmensa mayoría de argumentos.
¿Conocéis a alguien que se someta a un aborto por amor, en un ejercicio de generosidad o porque es una experiencia maravillosa, porque todo el mundo me va a envidiar o porque es bueno para mi ciudad o mi país? Seguro que no. Es una decisión terrible, de la que nadie se siente orgulloso, pero que se hace en una situación límite, bajo mucha presión. Esa presión del entorno, o el no ser capaz de ver en ese momento una salida, es lo que empuja a una madre a considerar que tiene que elegir entre dos vidas: o la de su hijo, o seguir con la suya.
Por eso es tan importante, fundamental, nunca mejor dicho VITAL, que existan asociaciones provida. Y movimientos, campañas, acciones, todo lo que se nos pueda ocurrir para que no haya ni una sola mujer que decida abortar porque cree que no hay más opciones, que es la única salida. Hasta el último minuto, hasta el último metro, tiene que saber que puede salvar las dos vidas, que no está sola, que hay opciones, que tiene ayuda. Ya sean asociaciones laicas o religiosas, desde las Instituciones o desde las iglesias, desde nuestras casas o en las puertas de los abortorios. Que cada uno haga todo lo que pueda para dar una salida, y el que quiera rezar porque cree en el poder de la oración y es en Dios en quién confía, pues que rece. ¡Faltaría más!
Quedarse embarazada es siempre una buena noticia, incluso cuando llega en el peor momento. Tener un hijo, el mayor acto de generosidad que existe. Ser madre es dejar de ser yo, de pensar en una misma para siempre. Es dolor, es sacrificio, es entrega, es renuncia… y, ahora, además, es un acto voluntario porque el aborto es una opción gratis, rápida y muy accesible, siempre facilitada. Lo difícil es ser madre. La valentía es mirar hacia delante y no huir. Elegir su vida y la mía para siempre, no como opciones contrapuestas. Y saber además que esa elección te hará, a pesar de todo, inmensamente feliz.
Paula Badanelli, Portavoz de Voz en el Ayuntamiento de Córdoba.