En una conferencia a la que asistimos recientemente, una persona formuló la siguiente pregunta-reflexión: «¿Para qué sirve todo lo que hacemos? No hay avances, la familia es ignorada, la vida despreciada, el derecho a elegir la educación para nuestros hijos conculcado…» No es la primera vez que la oímos y tampoco la primera vez que respondemos. Lo haremos una vez más.
Primero, los que llevamos ya bastantes años en esto, podemos decir que el movimiento en favor de la familia, la vida y la educación es mucho más fuerte que hace una década o dos. Está mejor articulado, hay más voces, mejor formación y las ‘nuevas tecnologías’- ¿cuándo dejaremos de llamarlas «nuevas»? -, han propiciado una comunicación más ágil y una respuesta casi inmediata a los desmanes que vemos a diario. Los cambios son lentos, hay todavía muchas relaciones y criterios que pulir, pero no retrocedemos, avanzamos.
Segundo, los enemigos de la familia en un sentido amplio, y por extensión, de una sociedad humanista, no han evolucionado; sus argumentos y sus tácticas son las mismas desde hace muchos años. Ahora nos son conocidas, han sido estudiadas y pueden ser combatidas con argumentos de peso que calan en la opinión pública e incluso en la publicada.
Tercero, la defensa de la familia, y en mayor medida la defensa de la vida, se ha rejuvenecido y se ha actualizado ante los nuevos desafíos. Empecemos por lo segundo. Hace años apenas había argumentos y formación ante los ataques al sentido común, por la propia naturaleza de este: no había sido necesaria una explicación de lo que era por todos aceptado. Hoy sabemos debatir en defensa del sentido común con criterios puramente antropológicos que resultan devastadores para los oponentes porque son incontestables a no ser que se quiera correr el riesgo de caer en contradicciones flagrantes. En cuento al rejuvenecimiento, es palpable e incontestable. Las viejas glorias de la Ideología de Género de EEUU y Europa, aquellas víctimas antihumanistas del 68, ya han alertado sobre esta cuestión. Envejecen y no tienen relevo; la juventud no les sigue, no solo porque su mensaje no sea atractivo, que no lo es, sino precisamente por el ‘tic’» autoritario del mismo: o te crees y defiendes lo que yo digo o te condeno a la «muerte civil» previa persecución mediática.
Y cuarto. Estos tiempos no son ni mejores ni peores que otros. Según el aspecto social, tecnológico, económico, sanitario o moral que analicemos podríamos afirmar una cosa o la contraria. Pero son los tiempos que nos ha tocado vivir. Estamos en la sociedad en la que estamos y tenemos los medios que tenemos, y «con estos mimbres hay que hacer los cestos«. No sirve de nada quejarse; no podemos escondernos y nuestra responsabilidad es la misma y no podemos delegarla.
Así pues, sigamos, que vamos bien. ¿Podríamos ir mejor?, por supuesto, pero eso es la vida misma: caídas y superación como eslabones de una cadena que pasamos a nuestros hijos para que la mejoren. ¡Ánimo!