-Mamá, ¿vamos a poner este año el árbol de Navidad?
-Claro hija, lo pondremos al lado del Belén.
-Si ya hemos puesto el Belén ¿por qué ponemos el árbol? Mi profesora dice que el árbol de Navidad lo ponen aquellos que no son cristianos y que esa es su forma de adornar la casa…
-¿Eso te ha dicho? Humm,… Sí, es una idea que se tenía antes, pero no es exacta y ya hace años que los cristianos ponen también el árbol, pues también es un símbolo de la Navidad.
-¿Ah sí? Si no tiene el Portal de Belén con el Niño ¿cómo puede ser el árbol un símbolo de la Navidad?
La madre paciente, como todas las madres, dejó lo que estaba haciendo y miró a su hija pequeña con cariño:
-Vamos a esperar a que vengan tus hermanitos esta tarde del colegio y, mientras ponemos el árbol, os cuento porqué también es un símbolo cristiano.
-A mis hermanos les da igual, soy yo la que te lo ha preguntado- dijo la niña impaciente-. Además, ellos siempre llegan del colegio y se ponen a jugar: no querrán ayudar con el árbol, ya lo verás.
-Hoy sí ayudarán, ten paciencia. Lo que podemos ir haciendo tú y yo mientras llegan tus hermanos es bajar las cajas con los adornos, preparar el sitio para el árbol y pensar cómo lo vamos a adornar. Algo tan bonito necesita un “toque femenino”; no se puede poner de cualquier forma -dijo a la niña con guiño y una sonrisa-.
Y así transcurrió el principio de la tarde, entre preparativos, retirar una mesa y abrir cajas recordando los adornos del año anterior. Incluso en una de las cajas descubrieron, recogidas con un lazo, las felicitaciones de Navidad que habían guardado del año anterior. “Me da pena tirarlas”, había dicho la madre al finalizar la Navidad anterior, “todos los años me pasa lo mismo, pero no soy capaz de tirar unas felicitaciones que la gente nos ha enviado con tanto cariño y que tienen imágenes tan bonitas…”, aunque eso no era del todo cierto. Ella, secretamente, había tirado todas aquellas que no recogían un motivo verdaderamente navideño. Navideño y cristiano.
El ruido de la puerta de la calle y las voces de los hermanos llenó de alegría a la pequeña: ¡había llegado el momento de conocer la historia del Árbol de Navidad!
-¡Hermanitos, hermanitos!, ¡dejad las mochilas y los abrigos que vamos a poner el árbol! –gritó la pequeña-.
-¡Queremos merendar, ya lo pondremos luego! –fue su única respuesta-. Y fueron como una exhalación hacia la cocina.
La niña, contrariada y sin comprender cómo podían sus hermanos no tener la misma ilusión que ella, se acercó también a la cocina.
-Bueno está bien, quedaros aquí merendando, pero os vais a perder la historia del árbol de Navidad. Mamá ha dicho que la contaría cuando vosotros llegarais y mientras poníamos el árbol. Me la contará solo a mí-. Y volvió corriendo al salón sin esperar respuesta de sus hermanos.
-Hola hijos, ¡qué bien, ya estáis todos aquí! –dijo la madre con una sonrisa al ver que detrás de la hermana entraban corriendo los niños. La curiosidad había podido al hambre.
-Venga hijos, vamos a poner el árbol, pero ojo, no de cualquier forma. Vuestra hermana y yo hemos estado pensando cómo lo adornaremos este año. Vosotros ayudad y nosotras os diremos dónde va cada adorno-. Algún comentario iba a salir de sus bocas, pero quedó solamente en la intención ante la mirada de su madre: no había discusión posible, ya había sido decidido.
Despacito, entre guirnalda y guirnalda, la madre fue contando la historia del árbol:
–Los antiguos germanos creían…- Primera interrupción de la hermana:
-Mamá, ¿quiénes eran los germanos?-
-Los habitantes de lo que ahora conocemos como Alemania, Holanda y Dinamarca, pero no me interrumpas; escucha la historia entera y luego preguntas. Y dale a tu hermano esas bolas para que no siga enredando con las luces del árbol, que las va a estropear…-, y continuó con la historia.
-Decía, que los antiguos germanos creían que el mundo y todos los astros estaban sostenidos colgando de las ramas de un árbol gigantesco llamado el “divino Idrasil” o el “dios Odín”. En cada solsticio de invierno, cuando suponían que se renovaba la vida, le rendían un culto especial. La celebración de ese día consistía en adornar un árbol de encino con antorchas que representaban a las estrellas, la luna y el sol. En torno a este árbol, bailaban y cantaban adorando a su dios. Cuentan que San Bonifacio, evangelizador de Alemania e Inglaterra en el siglo VIII, derribó el árbol que representaba al dios Odín, y en el mismo lugar plantó un pino, símbolo del amor perenne de Dios y lo adornó con manzanas y velas, dándole un simbolismo cristiano: las manzanas representaban las tentaciones, el pecado original y los pecados de los hombres; las velas representaban a Cristo, la luz del mundo y la gracia que reciben los hombres que aceptan a Jesús como Salvador. Esta costumbre se difundió por toda Europa en la Edad Media y con las conquistas y migraciones, llegó a América.- terminó la madre.
Lo había contado despacito, mirando alternativamente a cada uno de sus hijos mientras lo hacía. Los pequeños se habían quedado parados, escuchando atentamente y sin parpadear. No entendían que era “Idrasíl” ni “Odín” ni “solsticio”, pero les daba igual: acababan de descubrir que el Árbol de Navidad sí era un símbolo cristiano.
La pequeña, sin decir nada, salió corriendo hacia la cocina. Desde allí, después de un ratito de revolver, gritó:
-¡Mamá! ¿Tenemos manzanas para el “solsticio”?
¡Feliz Navidad a todos los amigos del Foro Español de la Familia!
Ignacio García Juliá
Presidente del Foro de la Familia