Los que hemos nacido entre 1960 y 1975 vivimos una enseñanza que se caracterizó, en el aula, por la mediación teórica a través del libro de texto y, en la familia y en el barrio, por la educación contextualizada en situaciones reales de aprendizaje. Familia y escuela se complementaban mutuamente y el “control social” –de vecinos, tenderos y transeúntes…– se encargaba del resto.
Con la constitución de los ayuntamientos democráticos, los servicios municipales de todas las corporaciones locales, cada una con su matiz peculiar, pusieron en marcha una serie de programas dirigidos a las escuelas con los que se pretendía facilitar la enseñanza enraizada en el entorno de cada ciudad. Tanto es así, que ya nos hemos acostumbrado a ver por nuestras calles a grupos de alumnos acompañados por su profesor. Los escolares conocen y aprenden, de forma contextualizada y allí donde el concepto se palpa, los diversos estilos arquitectónicos, las diferentes especies de árboles y aves de cada ciudad, estudian los parques y jardines, participan en plenos de los ayuntamientos y diputaciones, descubren la educación vial en la vida real o asisten a teatros o conciertos didácticos…
Esta enseñanza contextualizada, que antes se realizaba en el barrio, en la familia o en los grupos de scout parroquiales, se ha ido integrando en los métodos y didácticas de la escuela. ¿Dónde queda la función de la familia?¿No será que los padres hemos dejado también esta responsabilidad en manos de la escuela? ¿No nos damos cuenta que nuestros hijos –como escribe Catherine L’Ecuyer en su libro “Educar en la realidad”– necesitan dejar las vivencias digitales para dar paso a la observación de lo que acontece en el mundo real? Los niños de hoy precisan convivir con sus amigos en las plazas y en el parque y vivir experiencias familiares sanas, tales como una salida al campo, descubrir una nueva ciudad tocando sus piedras, un paseo en bicicleta, o subir a una colina para dejarse asombrar por las maravillas que desde allí se descubren.
Ese clima familiar favorece la enseñanza y el aprendizaje contextualizado, vivencial, a base de experiencias reales, y contribuye sobre manera a fortalecer el matrimonio, a que haya armonía dentro del hogar y a que el clima familiar sea proclive a inspirar hábitos y conductas en beneficio de toda la familia.
Las ciudades actuales ofrecen multitud de oportunidades para aquel que quiera aprovecharlas. Esas lecciones compartidas y vividas en familia cimientan una sociedad mejor, más sana, y en la que todos tienen acogida. ¡Familia no delegues en la escuela aquello que es tu responsabilidad primera: la educación de tus hijos!
Artículo escrito por José Javier Rodríguez publicado en La Tribuna de Salamanca