Todo llegó de repente. El colegio se cerraba sin previo aviso, sin preparación, de hoy para mañana. Desde el fin de semana estábamos atentos a las noticias, pero fue solo el día anterior al cierre del colegio, cuando supimos las condiciones: los alumnos dejarían de asistir al centro, pero los maestros teníamos que seguir acudiendo y debíamos mantener las clases… a distancia. En principio, la situación se imaginaba para quince o veinte días. Nadie podía pensar que se alargaría hasta los dos meses… o más.
Analizamos las instrucciones recibidas y la realidad de nuestro centro. Nos encontrábamos con muchísimas dificultades. Las familias se hallaban en situaciones muy diferentes: algunos padres disponían de la formación adecuada para apoyar a sus hijos en la enseñanza a distancia. Pero otros, no. Algunas familias poseían dispositivos electrónicos. Pero otras, no. Algunos padres podrían dedicar tiempo a sus hijos porque,simplemente, ya no tenían trabajo. Pero otros tenían que compaginar el apoyo a sus hijos con su teletrabajo…
Entre los maestros, también había grandes diferencias. En nuestro centro no estábamos preparados para la enseñanza on line y no contábamos con dispositivos para repartir entre los maestros, así que, cada uno tuvo que utilizar lo que tenía en su casa, sus propios ordenadores, tablets, su conexión a internet, sus programas…La diversidad en competencias digitales también era notable, unos muy avanzados y otros apenas con nociones de usuario. Contábamos igualmente con las limitaciones de la ley de protección de datos, que nos obligaba a utilizar una serie de plataformas oficiales que tampoco estaban preparadas para la enseñanza virtual y se caían constantemente, ralentizando el trabajo hasta la desesperación.
Y finalmente, estaban las dificultades personales. Al igual que las familias, los maestros han tenido padres enfermos, ingresados en la UCI durante semanas, o maridos o mujeres sanitarios, con jornadas de trabajo interminables y estresantes. Algunos han perdido familiares y seres queridos. Muchos maestros han cuidado de sus hijos pequeños al mismo tiempo que preparaban sus clases, o realizaban cursos urgentes de nuevas tecnologías, o sufrían ellos mismos los efectos del COVID, o han vivido un confinamiento en soledad…
Dificultades personales y tecnológicas
Las pautas que acordamos fueron sencillas: proponer tareas digitales y no digitales, preferiblemente evaluables y que pudieran realizar los niños de la manera más autónoma posible. Se utilizarían los correos de la plataforma oficial para comunicarse con las familias y se intentaría dar el mayor apoyo emocional posible. Los maestros trabajarían coordinadamente por cursos y el tutor sería el responsable de sus 25 o 28 alumnos. Y así empezamos.
Con el paso de los días, fuimos llegando a todos nuestros alumnos. Nos dimos cuenta que algunos no daban señales de vida, no había manera de comunicarnos con ellos. Y con la misma alegría que los sanitarios aplaudían al dar un alta en la UCI, así de felices se mostraban los tutores cuando, por fin, conseguían encontrar a algún “niño perdido” y establecer comunicación con la familia. Cuando el correo electrónico no era suficiente, el teléfono fue el medio empleado o, en último término, los servicios sociales. Desde hace varias semanas, mantenemos el contacto con el 99% de los alumnos.
Después de las vacaciones de Semana Santa, llegaron mejoras en las plataformas oficiales y nuevas instrucciones: debíamos seguir avanzando en contenidos y evaluar el trimestre. Nuevamente estudiamos la situación y establecimos directrices para el trabajo en común. Muchos maestros estaban agotados para entonces: a las situaciones descritas, se unía la dificultad de las clases on line. La falta de contacto con los alumnos te impide comprobar su evolución, su estado de ánimo, su comprensión de las tareas…. Había que trabajar un poco a ciegas. Tenían que replantear sus programaciones: adaptar contenidos, actividades, metodología, criterios de evaluación… Y tenían que mantener el seguimiento de sus alumnos.
Los buenos maestros
Pusimos en marcha una nueva plataforma que acababa de ser autorizada. Esa plataforma nos permitía establecer videoconferencias con nuestros alumnos y eso fue muy importante para el equilibrio emocional de los niños…. Y de los maestros, que les echaban mucho de menos. Hace unas semanas, hice una ronda de llamadas para hacer un seguimiento de la situación de los maestros. Fue una de las mañanas más bonitas del confinamiento. Algunas maestras me comentaban sus dificultades de ánimo o de situaciones familiares difíciles. Pero todas, absolutamente todas, se emocionaban contándome cómo estaban consiguiendo mantener los lazos con sus alumnos, cómo se reunían con ellos para contarles un cuento, o para hacer manualidades, para hablarles en inglés o simplemente preguntarles cómo lo llevaban.
Una maestra me anunció que algunas niñas de 6º habían decidido elaborar un vídeo para enviárselo a los ancianos del centro de día del barrio con el que hemos establecido un hermanamiento precioso. El vídeo se envió y los abuelos respondieron con cartas emocionadas. Otra maestra quiso enviar todo el ánimo del mundo junto con nuestro cariño a los niños del colegio. Cada maestro envió una foto y ella editó un vídeo que enviamos luego a cada familia.
Dos maestras decidieron hacer una tarjeta interactiva para celebrar San Isidro con todo el colegio, como si siguiéramos juntos. El profe de Educación Física se grabó a sí mismo haciendo malabares para enseñar a los niños. Una tutora me decía que una de sus alumnas de gran
desventaja social, estaba motivadísima y le escribía todos los días con preguntas sobre la tarea y que estaba trabajando más que nunca. Y otra me contaba cómo uno de sus alumnos pequeños le decía: “Me gusta mucho que me llames porque así se me olvida lo del maldito coronavirus”.
Hemos sido capaces de organizar un sistema de clases, tareas, evaluación y seguimiento de los alumnos en unas condiciones cambiantes y muy limitadas. Y hemos sido capaces porque un maestro se siente comprometido al máximo con sus alumnos y porque la responsabilidad, la ilusión y el cariño por ellos, forma parte inseparable de su vocación. “One teacher, one pen, one child” decía Malala, premio Nobel de la Paz. Basta un profesor, un bolígrafo y un niño para cambiar el mundo. En estos tiempos inciertos, oscuros, los buenos maestros han bastado para, a pesar de todas las dificultades, mantener el colegio abierto, cantar, contar historias, acompañar…. educar.
Mayte Agudo
Directora del CEIP Agustín Rodríguez Sahagún