El domingo pasado celebramos virtualmente el evento del Sí A La Vida, coincidiendo con que esta semana, el 25 de marzo en concreto, era el Día Internacional de la Vida.
Una fecha tan señalada no ha pasado desapercibida para quienes tienen intereses, ya sean de índole económica o ideológica, en promover la cultura de la muerte. Por eso, ha sido precisamente el Día de la Vida el elegido para publicar en el BOE la ley que atenta contra la misma, la que obliga a los médicos a dar muerte a los enfermos, la que ofrece la eliminación del sufriente sin ofrecer la eliminación del sufrimiento. La ley de eutanasia.
No parece casualidad, sobre todo después de que el año pasado decidiesen aprobar la tramitación de esta ley inhumana en otra fecha muy singular: el Día Mundial del Enfermo (11 de febrero). El mensaje ya quedaba claro entonces, y ahora se corrobora definitivamente, para quien aún tuviese alguna duda.
«Enfermos, en vuestro día, os anunciamos que iremos a por vosotros. Enfermos, en el Día de la Vida, os traemos la muerte».
No extraña, pues, que en el siniestro plan no cupiesen las voces autorizadas de Colegios de Médicos, del Observatorio de Bioética, de centenares de asociaciones… En definitiva, no ha habido espacio para el debate, para el estudio de alternativas respetuosas con la vida y dignidad humanas, para cualquier mínimo diálogo constructivo. Ya es seña de identidad de este gobierno el desarrollar leyes y políticas de espaldas a la sociedad y al consenso. Lo mismo que ocurrió con la ley de educación -hoy objeto de debate en Europa- ahora ocurre con la de eutanasia -mañana objeto de debate en el Tribunal Constitucional, esperemos-. Los únicos expertos a los que escuchan parecen ser aquellos que no existen, tal y como quedó demostrado hace bien poco. Los reales incomodan. Son obstáculos para su plan preestablecido, y los sortean rápido y en silencio.
Hace unos días leí el comentario que el filósofo Miguel Ángel Quintana publicaba en Twitter: «He llegado al punto en que cada ley absurda, cada falso derecho, cada principio roto los celebro como un pasito más hacia el abismo del que luego habrá que intentar salir». Efectivamente, cada atentado contra la vida, la dignidad y la libertad en nombre de un falso progreso adelanta el momento en que tocaremos fondo, pero no hay nada que celebrar mientras haya víctimas, mientras haya sufrimiento gratuito tan fácilmente evitable. La ley de eutanasia trae discriminación hacia los más vulnerables, al igual que ocurre con el aborto.
Por eso me refería a un falso progreso, porque, si el progreso consiste en aprobar leyes para eliminar a los más vulnerables de entre nosotros -no nacidos y enfermos-, el progreso es primitivo.
Sigamos defendiendo el respeto sin condición a cada vida humana. Sigamos hablando bien de las cosas buenas.
Feliz Semana Santa.
Javier Rodríguez.
Director General del Foro de la Familia.