Desde su origen, el Foro de la Familia ha remarcado el valor básico para la sociedad de la familia constituida por un matrimonio estable abierto a la vida y comprometido con el desarrollo y la educación de sus hijos.
Lo que hace que esa familia sea fundamento de la sociedad no es que dos adultos decidan compartir sus vidas, es que esa unión sea el origen de nuevos ciudadanos, que los cuiden y formen de manera que sean el futuro de la sociedad, representan el necesario relevo generacional.
Es decir, la base de cualquier marco jurídico de todo apoyo de la sociedad a la institución familiar es la procreación y el desarrollo de los hijos.
Es cierto que cuando un hombre y una mujer deciden, desde esa perspectiva, comprometer sus vidas formando una nueva familia son conscientes -al menos deben serlo- de que es un reto que les generará muchas alegrías pero que también demandará de ellos renuncias y sacrificios. Sin embargo, si no parten de esa premisa, están en otra situación que evidentemente debe ser valorada de forma diferenciada por la sociedad.
Hoy en día, el valor del compromiso, de la renuncia a hacer lo que apetece en cada momento, de luchar, muchas veces con sacrificio, para superar las dificultades que van surgiendo a lo largo de la relación matrimonial y familiar, no cuenta con un entorno que lo facilite. Pero es imprescindible que los cónyuges lo asuman por el bien de sus hijos. Y las renuncias no se limitan solo a comportamientos y actitudes, suponen poner el bien de los hijos por encima de otros valores o apetencias.
Es lógico que se demanden de la sociedad y de las administraciones públicas medidas que faciliten el cumplimiento de las obligaciones familiares. Pero, en todo caso, serán ayudas, nunca sustitutivos.
El proyecto de cada vida familiar implica, por parte de los cónyuges, identificar lo más importante separándolo de otros aspectos. Todo lo que se pueda ayudar para aliviar las renuncias debe hacerse y demandarse. Pero son los cónyuges los que, con su realidad, deben definir sus parámetros de actuación en base a defender en primer lugar el bien de sus hijos.
El imprescindible acuerdo matrimonial para, corresponsablemente, gestionar la familia, para conciliar los diversos aspectos que inciden en la vida familiar, es la base para el éxito de la familia, es decir, para el bien de los hijos. Está bien pedir medidas que faciliten esa conciliación pero es la pareja la que, en base a su realidad y con su muto compromisorio y estabilidad, con su disposición a aceptar renuncias allí donde sea necesario, la que dirige la nave hacia el puerto deseado.