Al asomarnos a la ventana en estos días tan especiales de confinamiento por la pandemia del coronavirus, contemplamos calles desiertas y silenciosas, un panorama que parece sacado de una película de ficción. Estamos en una situación inédita e inesperada que nos desconcierta, nos incomoda, nos pone en situaciones difíciles, algunas muy duras como la muerte de un ser querido, quizá en solitario, el despido laboral u otras muy complicadas.
Si miramos hacia dentro, también nuestra casa ha cambiado. En muchos casos hasta hace pocos días solo era un hogar algunas horas en el día; aunque incluso en esos momentos de cercanía física tampoco siempre acababa siéndolo del todo ya que muchas personas arrastraban consigo su “mundo” extrafamiliar, bien por dificultad de desconexión, bien por necesidad de programar, preparar, el día siguiente. En otros casos, personas que viven solas tenían el consuelo, o la esperanza, de ser visitadas por familiares, amigos.
Pero ahora todo ha cambiado, y lo ha hecho bruscamente. Casi sin darnos cuenta de lo que ocurre, y sin tiempo para prepararnos física o mentalmente, nos hemos visto inmersos en un cúmulo de situaciones sin precedentes ante las que no cabe acudir a la voz de una inexistente experiencia. Hemos sufrido “El Impacto de lo Altamente Improbable” como reza el subtítulo de “El Cisne Negro”[1]. Ante este panorama, ¿qué respuesta cabe? ¿qué podemos hacer?
No hay un solo problema, ni una sola solución. La cuestión es mucho más profunda y difícil, sobre todo para quienes, quizás llevados por el frenético activismo al que nos arrastra el miope economicismo en el que estamos inmersos, centran y organizan su existencia en aspectos instrumentales, superficiales.
Valorar mejor lo más valioso
Ante este forzado confinamiento propongo como GPS de nuestros pensamientos, decisiones y conductas la pregunta que podríamos hacernos cuando todo esto acabe: ¿Estas difíciles circunstancias nos han ayudado a mí y a mi familia a valorar más lo más valioso y a ser mejores personas?
Otra gran clave que nos puede ayudar en estos días se puede deducir de los más de dos millones de euros en que se cotiza el “Tre Skilling”[2] uno de los sellos de correos más caros del mundo. Si a un simple objeto se le asigna un valor tan alto por el hecho de ser único, ¿cómo tendríamos que valorar a cada uno de los miembros de nuestra familia, incluidos nosotros mismos, si somos seres únicos? Es cierto que muchas personas afirman que cada ser humano es único e irrepetible, pero no es menos cierto que las relaciones familiares, en no pocos casos, “desentonan” con esas solemnes declaraciones.
¿Cuándo nos incorporemos al ritmo habitual de vida consideraremos estos días como una simple anécdota a recordar? ¿Respiraremos hondo por librarnos de esta tensa situación? ¿Echaremos de menos la cercanía con nuestros seres queridos e introduciremos cambios en nuestra rutina para que no se pierdan los logros afectivos, cognitivos, existenciales conseguidos en estos días? ¿Qué recuerdos, qué huellas les quedarán a nuestros hijos de estos intensos días? En este sentido recomiendo leer: “Valora el aislamiento y haz de tu casa un lugar de amor”[3], artículo que está siendo muy difundido por las RRSS y cuyo fondo conceptual me parece muy interesante y útil.
«Haz de tu casa un lugar de amor»
En estos días es frecuente oír frases del estilo de “Ahora comprendo a los profesores, son unos santos, yo no podría”, “¿qué hacemos con los niños?”, “¿qué puedo hacer para que no moleste y yo pueda hacer mi teletrabajo?”, “¿cómo puedo entretenerlos?” Es comprensible que eso se piense y se diga ya que estamos en un mundo adultocéntrico en el que palidece todo lo que no sea el éxito social, laboral, profesional, de las personas maduras, normalmente en detrimento de las necesidades de niños y mayores. Pero quizá convendría “darle una pensada” y hacer un ejercicio de reflexión profunda sobre el valor que cada uno otorgamos a las personas, especialmente de la familia.
Nuestra inmersión vital en una cultura de consumidores, también en la enseñanza, nos lleva a tener grabado a fuego que “todo ha de venir de fuera” y consideramos a los niños como simples seres reactivos carentes de creatividad (mayúsculo error) a los que siempre, y necesariamente, hay que estimular.
Un mejor conocimiento de la naturaleza humana nos llevaría a descubrir la enorme potencialidad creativa que alberga cada niño en su interior y que, cuando se le estimula o se le deja aflorar, le permite disponer de variados y sugerentes modos de entretenerse y aprender; aprendizaje potenciado en los casos en que son varios los hermanos acostumbrados a jugar entre ellos sin necesidad de “inputs” externos o al menos con mínimas intervenciones.
Es muy enriquecedor saber que “hay vida más allá de la tecnología” y que a los niños les encanta, y necesitan, participar activamente en actividades diversas como, p. ej., la confección de manualidades (que no necesitan ser muy sofisticadas ya que basta una masa de harina, sal y agua para convertirse en escultores), hacer teatro dramatizando cuentos o historias incluso creadas por ellos mismos, grabando audios o videos, etc. Aunque es comprensible en las circunstancias actuales recurrir al entretenimiento digital es necesario ser conscientes de los peligros que conlleva, especialmente cuando no es interactivo. Uno de los principales, y nefastos, efectos es que los niños perciban, que lo hacen, que los adultos están deseando “quitárselos de encima” y por eso les facilitan el acceso a los medios audiovisuales y digitales; esta indeseable actitud pasa una considerable factura en muchos ámbitos de la vida.
En este contexto merece una mención especial el capítulo de los llamados “deberes”, ¿podrían llamarse “derechos”?, escolares. ¿Deberes sí o no?, es la pregunta recurrente, y torpe, que se oye muy a menudo. Ante una pregunta mal formulada cualquier respuesta es mala; creo que lo mejor sería contestar como un gallego “Depende”.
Si queremos ser coherentes con la idea expresada de que cada persona es única, ¿tiene sentido que, independientemente de las Necesidades Educativas Personales (N.E.P.)[4] de cada alumno tengan que hacer todos simultáneamente los mismos trabajos y estudiar los mismos contenidos? No, no lo tiene, y algo así solo se justifica por la mentalidad despersonalizadora que subyace y alimente el sistema escolar. Ahora bien, esta es una cuestión global ante la cual, por el momento, cada familia solo puede, además de, como todo ciudadano, pensar y opinar, procurar que perjudique lo menos posible a sus hijos.
«Ojo con sobrecargar a los niños con deberes»
En las circunstancias que atravesamos no tendría ningún sentido que niños y jóvenes interrumpieran completamente su aprendizaje escolar, máxime si las circunstancias socioeconómicas de la familia le permiten un adecuado acceso a la tecnología a los diferentes miembros de la familia.
Hay colegios y universidades que han sido capaces de, en un tiempo récord, impartir su docencia online; en estos casos, y dependiendo del nivel del que estemos hablando ya que no es lo mismo Ed. Primaria que 2º de Bachillerato, p. ej., las circunstancias no cambian demasiado y la docencia y el trabajo individual parece que pueden seguir ocupando su espacio quizá con ajustes. En estos casos, puede ser muy interesante aprovechar el probablemente mayor tiempo disponible para incrementar el tiempo de estudio.
En otros casos de colegios y familias con menores posibilidades tecnológicas será necesario arbitrar soluciones más convencionales de forma que los niños puedan razonablemente atender su formación escolar.
Pero siendo razonable mantener un sensato ritmo de aprendizajes convencionales (no olvidemos que hay muchas otras materias y cuestiones altamente formativas que no forman parte del currículo escolar) no debemos desoír el consejo del conocido juez Emilio Calatayud: “Ojo con sobrecargar a los niños con deberes durante la cuarentena”[5] con el que alerta de que lo primero que hay que atender en nuestro hijos es el modo en que puede cada uno asumir, y entender, este especialísimo régimen de vida.
La educación de nuestros hijos se forja en nuestra convivencia con ellos
En todo caso hay una consideración que no por su carácter permanente deja de ser importantísima: la educación de nuestros hijos se forja en el día a día de nuestra convivencia con ellos y lo hace, según las personas y las circunstancias, bien por imitación, bien por rechazo, bien por indiferencia.
Si oyen en el hogar que papá, mamá, abuelos, tíos, viven esta situación buscando culpables y criticando continuamente a políticos que “no son de su cuerda” aprenderán, por ósmosis, que la sociedad debe ser un campo de batalla y “al enemigo ni agua”. Si observan el afán de superación y el esfuerzo para minimizar las propias incomodidades en aras de hacer la vida más agradable al resto de las víctimas del “arresto domiciliario” aprenderán a ser personas conciliadoras y constructoras de Humanidad. Si oyen, o participan en, conversaciones en los que se tratan de analizar aspectos fundamentales de la economía, la salud, la antropología, la religión con sensatez y sentido común recordarán estos aprendizajes el resto de sus días.
En definitiva, y para terminar, no olvidemos que, en toda circunstancia “la familia es el principal ámbito educativo”.
José Fernando Calderero
Dr. en Filosofía y CC de la Educación
Profesor de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR)
[1] http://www.mujeresdeempresa.com/el-cisne-negro-el-impacto-de-lo-altamente-improbable/
[2] https://es.wikipedia.org/wiki/Tre_Skilling
[3] http://www.omnia.com.mx/noticia/137528?fbclid=IwAR0BhSlRp4t-LjFxuqAu58E35pxDITKDvN8ZzkM_JxCVtj8SpW3wVJp82mY#.Xn3q6wwN-ZA.facebook
[4] https://repositorio.uam.es/bitstream/handle/10486/13254/62847_Garc%C3%ADa%20Barrera%20Alba.pdf?sequence=1
[5] https://repositorio.uam.es/bitstream/handle/10486/13254/62847_Garc%C3%ADa%20Barrera%20Alba.pdf?sequence=1