Las personas no somos perfectas y, por tanto, las familias tampoco. Es normal (y necesario, me atrevería a afirmar) que, además de haber momentos de disfrutar en común, haya roces y conflictos. No hay que tener miedo a enfrentarse a esos momentos, puesto que son inevitables y, si lo aceptamos desde el principio, desde el prisma del amor incondicional, esas situaciones nos ayudarán a crecer tanto personalmente como en familia.
Lamentablemente, vivimos en unos tiempos donde la discriminación por motivos de opinión está a la orden del día. La crisis sanitaria y la económica que la solapa están potenciando dicha peligrosa e inmoral tendencia. Y esto nos debe hacer reflexionar a cada uno de nosotros.
Dejarse llevar por el reparto de culpas es el camino más fácil y, por ello, el peor. Todo lo que merece la pena conlleva esfuerzo. Y esto no es una excepción. Hay que hacer un esfuerzo personal por afrontar la solución de una crisis desde el respeto y la no discriminación (valga la redundancia) cuando ni siquiera hay amor incondicional de por medio, como sí ocurre en la Familia.
No somos nuestras opiniones. Ni siquiera somos lo que hacemos con nuestra libertad. Somos humanos, con la misma dignidad de valor absoluto independientemente de las características objetivas o subjetivas de cada cual. Merecedores todos, por ello, del máximo respeto. No así nuestras opiniones ni nuestros actos, pero sí la persona.
No caigamos en el juego fácil de discriminar a quien piensa distinto, a quien gestiona mal, a quien debería liderar hacia el bien común en vez de pensar en réditos personalistas. Por supuesto, ejerzamos nuestra libertad de expresión, manifestemos nuestra postura, critiquemos lo que consideremos. Eso es un deber. Pero ello no quiere decir discriminar.
Humildad y respeto
El enfrentamiento entre posturas es normal (y, como anteriormente expuse, hasta necesario), pero el enfrentamiento entre personas no lo es. Jamás.
Hay algo que nos permite alejarnos de la barbarie y poder ser mejores, así como construir una sociedad mejor. Y es nuestra libertad. Usémosla para, a la luz de la Razón, ser verdaderamente humanos. Para solucionar los conflictos que se nos plantean (sean personales, familiares o sociales) desde la humildad, el respeto, el ánimo de mejorar y la firmeza de convicciones. Nunca desde la discriminación, nunca desde el enfrentamiento personal.
Se nos presenta, una vez más, una oportunidad de oro para demostrar que otro mundo es posible. Un mundo más humano, una sociedad mejor, un ambiente de respeto y de concordia donde quepan distintas opiniones y maneras de hacer, pero donde no quepa la discriminación al que piensa distinto.
No hay que confundir esto con teorías naive o con mundos de yupi. Repito, es nuestro deber manifestar abiertamente nuestra opinión, nuestra postura, nuestra crítica y nuestra propuesta. Luchar contra la injusticia y contra la sinrazón. Con todo lo que esté a nuestro alcance, pero jamás con la discriminación. Diferenciémonos de la barbarie. Que sea difícil no quiere decir que es imposible, sino más bien que merece la pena.
Como en la Familia.
Javier Rodríguez
Director general del Foro de la Familia