Esta semana se ha aprobado en Francia una ley que han llamado “Ley antibofetadas”. Es interesante analizar los argumentos de los que están a favor y en contra de esta ley para tomar el pulso a la sociedad francesa que no está nada lejos del sentir de la sociedad española.
Los que están a favor de la ley (izquierda y grupos afines) argumentan de una forma curiosa; sin entrar en muchos detalles, dicen lo siguiente: la educación no es responsabilidad de los padres; el ciudadano adquiere esta condición para ser miembro de una sociedad que tiene unos valores entre los que se encuentran los de la “no violencia”, el respeto, la tolerancia, la solidaridad y otras cuántas virtudes más que se han convertido en nada a fuerza de ser repetidas en boca de quienes dicen una cosa y hacen la contraria.
Por otro lado nos encontramos las posturas de los “grupos conservadores” (la derecha, para que nos entendamos) que dicen lo mismo que la izquierda, para que no les aticen mucho en los medios, pero que lo matizan con algún que otro lugar común para intentar distanciarse sin conseguirlo. Como siempre.
Y en tercer lugar, están los padres y el sentido común. Por supuesto son los menos escuchados y su voz no es tenida en cuenta no vaya a ser que digan lo contrario de lo que marca el sentir políticamente correcto, que lo dicen.
Como casi todos los debates que tienen que ver con la educación, la familia y la vida, las cartas están marcadas y el debate es tramposo. Es evidente, salvo patologías, que nadie quiere hacer daño a un niño, para corregirle o para lo que sea. El mismo título de la ley, por lo menos en su forma popular, ya es engañoso. La palabra “bofetada” es un término fuerte, ausente de cariño y con una gran carga de “superioridad” o de “sumisión a un dictado o a una norma” y siempre produce una humillación.
Pero la realidad es muy distinta. Los padres cuando corregimos a un hijo, e insisto, patologías aparte, lo hacemos con cariño y precisamente porque queremos a nuestros hijos y deseamos que sean mejores. No lo hacemos para causar daño, sino para llamar su “atención instantánea” y evitar que se normalice en la educación un comportamiento que, a la larga, es perjudicial para ellos; y no damos “bofetadas”. Un capón, un azote en el trasero, un manotazo cuando va a meter los dedos en el enchufe, y un largo etcétera de situaciones cotidianas que es necesario corregir en el instante. Y no damos bofetadas.
Con esta ley lo que se provocará, como se ha provocado en España desde el año 2007, es que cualquier estúpido o estúpida corrija a un padre o una madre públicamente, delante de sus hijos, porque dicho personaje se considera gran defensor de los “derechos” (¡otra vez los derechos!) del menor y porque quiere que le “vean” los demás de esa manera, cuando sólo se trata de un histérico necesitado de aplausos. ¿Tendrán hijos o solo se dedican a entorpecer la educación de los hijos de los demás?
Todo esto se ha solucionado siempre con sentido común, pero en estos tiempos se ha abolido; no está de moda; se pone en cuestión. Una agresión a un niño siempre ha estado penada, no es cosa de ahora. Lo que se ha conseguido con esta ley es que los padres se vean imposibilitados de ejercer su autoridad, por lo menos públicamente, y los niños, que son muy listos, se aprovechen de la situación para hacer lo que les dé la gana. ¿Cuántos niños maleducados, protestones, gritones y respondones vemos? Muchos. La autoridad de los padres se va minando y al final sólo serán los que pagan las facturas, sin posibilidad de educar según sus propias convicciones.
Este es el modelo que dejamos a las nuevas generaciones. Y luego nos extrañamos de que las nuevas parejas no quieran tener hijos.