A menudo oímos que esta o aquella nueva ley va a mejorar, y aquí podemos elegir lo que queramos, la convivencia, la comunicación, la paz, la igualdad, la solidaridad, … Todos ellos conceptos manidos y abstractos que igual sirven para justificar una política tributaria confiscatoria que para construir una nueva autopista de peaje.
Si nos ceñimos a las leyes que tienen que ver con la familia, la vida o la libertad de educación, los argumentos son los mismos y todas se “venden” como mejoras con lo anterior. Si echamos la vista atrás, vemos que a principios de los ochenta se despenalizó el adulterio, vaciando de protección el matrimonio, obviando lo que tiene de compromiso y trivializándolo. Poco después llegó la ley del divorcio, que también iba a ser la panacea de la paz y la convivencia, pero ha sembrado la sociedad de niños sin padres y sin referentes. En el 85 llega la primera ley del aborto, forzando hasta lo imposible lo que es un derecho y lo que no lo es.
Siguieron la ley de parejas del mismo sexo para terminar de vaciar el contenido del matrimonio; más tarde el divorcio exprés para que los pocos matrimonios que se celebran no duren. Mientras tanto, en Educación hemos vivido leyes como la LODE, la LOGSE y otras, cada una de las cuales se supone que mejoraba la anterior, pero como los números son tozudos, parece que el fracaso escolar está lejos de disminuir, más bien lo contrario; la tan cacareada igualdad nunca ha estado más desequilibrada, el conflicto en los centros no ha disminuido, sino lo contrario; padres contra profesores, profesores contra padres, directores contra administración, administración contra todos imponiendo la ideología de género… ¿y los niños?
Entonces, ¿dónde están las mejoras prometidas? En ningún sitio. No es una sociedad más feliz, es una sociedad más envejecida, nuestros chicos no conocen los contenidos mínimos para acceder a estudios universitarios, hay más divorcios que matrimonios, el número de abortos sigue en unas cifras escandalosas, cada vez se cercana un poco más la libertad de los padres para educar a sus hijos; la estatalización de la escuela quiere ser total y a la familia se le quiere arrebatar la educación de sus hijos…
¿Donde está ese mundo mejor prometido?
Podríamos seguir, pero es el momento de pensar un poco y ver las cosas con perspectiva. Nada de lo anterior es casual y responde claramente a un plan. La familia resulta ser un obstáculo para ese plan y es el gran objetivo a batir para lograr el control total de la vida pública y privada.
Ahora estamos con discutiendo sobre una nueva ley de educación. Podemos preguntarnos ¿qué mejora? ¿Qué adelanta sobre las existentes? Desde el punto de visa de la familia y la libertad, nada, es más, es un claro retroceso. Entonces, ¿qué hacer?
Se ha terminado el tiempo de las discusiones y debates interminables, de las mesas de negociación para tomar el pelo a los incautos y siempre bienintencionados que todavía confían en arreglos en los “despachos”. Todo eso ya ha pasado, ya lo hemos vivido y ya hemos visto de qué ha servido.
Es el tiempo de ponerse de pie y decir ¡basta! al abuso y la imposición ideológica partidista. Y hay muchas formas de decir ese “basta” y las iremos viendo en los próximos meses