Da la sensación de que las personas se ofenden cada vez más y por más cosas, de que la sensibilidad popular ha aumentado hasta cotas nunca vistas. Consecuencia de ello, cualquier idea, comentario, opinión o pensamiento que se quiera verbalizar, lleva aparejado el riesgo de ser interpretado por alguien como ofensivo o discriminatorio, por lo que el lenguaje general en España (y en gran parte de la sociedad occidental) está ya instalado en lo que podríamos denominar “políticamente correcto”, o mejor aún, “discurso único”.
En realidad, lo que sucede es que el eje de discriminación (por lo menos en lo referente a esta realidad) se ha movido. Ha pasado de estar en el contenido del mensaje en sí mismo a estar en la subjetividad sentimental de su receptor. Es decir, hemos pasado de lo objetivo a lo subjetivo, por tanto, a lo confuso, a lo cambiante, a lo particular y al relativismo. El lenguaje es una muestra más de la corriente relativista que nos engulle, lejos ya de aquellos versos de Machado: “¿Tu verdad? No, la Verdad, / y ven conmigo a buscarla. / La tuya, guárdatela.”. Ahora pegaría más bien lo contrario: “¿La Verdad? No, mi verdad.”.
Y como no existen ya realidades objetivas (ni siquiera el sexo de una persona, quieren hacernos creer ahora), es imposible saber si lo que se dice ofenderá o no, así que recurrimos al mencionado discurso único, que es la única zona de confort y que se caracteriza por no afirmar nada, por ponerlo todo en un depende, por hablar de cosas genéricas y de algodones de azúcar y, cuando sí se hable de algo medio serio, por cambiar el nombre esa realidad para que también parezca de algodón de azúcar.
España ahora es “este país”. Aborto ahora es “interrupción voluntaria del embarazo”, o mejo aún «IVE» que se entiende menos. Virtud ahora es “valor cívico”. Homicidio asistido ahora es “muerte digna”. Familia ahora es “modelos de familia”. Padre y madre ahora son “progenitores” (incluso “guardadores”, para la Junta de Andalucía). Así podríamos seguir unas cuantas páginas más –lo mismo me animo a escribirlas-, pero queda claro que el rasgo común de todos los vocablos de este nuevo lenguaje es el de vaciar de contenido el concepto que se redefine para, precisamente, hacerlo carecer de una definición clara y concisa, y que así cada cual lo interprete como quiera o le interese.
Si nos quieren obligar a hablar de una determinada manera, como bien argumenta Jordan Peterson, nos están obligando a renunciar a nuestra libertad de pensamiento. Porque el lenguaje es la verbalización de lo que pensamos. Por tanto, no permitamos que nos impongan una forma de hablar/pensar. Recuperemos el sentido común, recuperemos el contenido de nuestro mensaje, reivindiquemos que hay realidades objetivas y que el hecho de que nos ofendan (o no) no influye en su existencia. Reivindiquemos madurez y libertad de pensamiento, y compremos a los niños algodón de azúcar en las ferias de este verano.