Cada 15 de mayo celebramos el Día Internacional de la Familia. Este año, debido a la situación excepcional que vivimos, lo hacemos de una manera ‘especialmente’ familiar, tras haber pasado dos meses conviviendo intensamente. A pesar del dolor, del miedo, es una fecha que festejar con orgullo, con alegría por formar parte de una institución básica y protagonista de la sociedad.
Este tiempo, tan difícil para todos, vuelve a evidenciar que la familia es la verdadera red que sostiene a los individuos, y no sólo en el aspecto económico. La imposibilidad de ver a tantos seres queridos, el temor a que les suceda algo, nos ha hecho más conscientes de lo que verdaderamente es importante en la vida, y quiénes están siempre a nuestro lado, si no físicamente, al menos sí en nuestros pensamientos.
Es el momento de aplicar lo aprendido, lo sentido. Es el momento de poner a la familia en el lugar nuclear que le pertenece, sin dejarnos engañar por los cantos de sirena de un Estado que quiere ocupar este espacio. Las familias necesitaremos medidas valientes, fuertes, una inversión en ellas -no son ayudas, puesto que devuelve cinco veces lo que recibe- y, sobre todo, que reconocimiento de su labor y respeto.
Respeto que incluye la libertad de educar libremente a los hijos, sin adoctrinamientos, sin imposiciones ideológicas; respeto a los padres; respeto al matrimonio; respeto al valor de la vida, desde la concepción hasta la muerte natural…
Reforzar a la familia, invertir en ella, daría como resultado un tejido social más fuerte y la recuperación de valores para la juventud que terminarían con muchos de los grandes males actuales, como son la creciente agresividad y violencia de los jóvenes, la violencia contra la mujer, la despoblación y las adicciones.