Cada 28 de diciembre celebramos el Día de los Santos Inocentes. Conmemoramos la matanza en Belén de todos los bebés menores de dos años ordenada por el rey Herodes El Grande. Es la primera acepción de la palabra ‘inocente’ la que da nombre al día de hoy. Libre de culpa. Obviamente, aquellos bebés asesinados en Judea no tenían ninguna culpa de que Herodes entendiese que su trono estaba amenazado por el nacimiento de Jesús.
Hay tres elementos, por tanto, que caracterizan fundamentalmente a los Santos Inocentes: que son bebés, que son inocentes y que otros han decidido poner fin a sus vidas. Por los motivos que sean, pero siempre motivos ajenos a las propias vidas de esos pequeños.
Por eso es un día idóneo para acordarnos especialmente de aquellos que hoy no están entre nosotros y tienen tanto en común con los Santos Inocentes. Para acordarnos de cada uno de los 94.123 bebés –mucho más que un Bernabéu entero a rebosar, si quieren imaginarlo gráficamente- que el año pasado corrieron en España la misma suerte que aquéllos.
Si lo miramos en escalas más amplias, más de un millón de españoles menores de 10 años no están hoy entre nosotros por el drama del aborto voluntario (nunca voluntario del bebé). Por el gran fracaso personal y social que supone esta tremenda realidad, por mucho que sea políticamente incorrecto decirlo. ¿Cómo va a ser un derecho disponer de la vida de otro ser humano? Siquiera planteárselo ya evidencia el gran fracaso social que supone.
Más de un Bernabéu lleno de víctimas
Hay vida. Y es vida humana. Una vida humana única, de valor infinito en sí misma, totalmente vulnerable e indefensa. Una vida humana a la que se le niega la posibilidad de decir “es mi cuerpo, yo decido”, porque otros siguen decidiendo por ellos. Vidas humanas con el mismo negro destino, víctimas del mismo fracaso, que jamás podrán formar un colectivo para defenderse, ya que otros no se lo permiten.
Igual que los Santos Inocentes porque sí, son bebés. Sí, son inocentes. Y sí, otros deciden que sus vidas no tienen que ser vividas.
No nos cansemos de dar nuestra voz a estas voces apagadas prematuramente, de sacar a la luz lo que se pretende tapar, de defender la vida humana por encima de cualquier otro derecho fundamental. Nunca nos demos por vencidos, porque la humanidad es más importante.