Quien tiene un hijo, es responsable de su crianza.
Hay quien piensa que, quizá, se ha desdibujado en los últimos años el papel que juegan la familia en la educación de sus hijos. Sin embargo, ha ocurrido todo lo contrario. Es en los últimos años cuando se ha definido aún más, concretándolo tanto en Tratados Internacionales como en la propia Constitución española y la jurisprudencia del Tribunal Supremo. El papel de los padres en la educación de los hijos es natural, es una responsabilidad inherente a la propia paternidad y maternidad. Quien tiene un hijo, se responsabiliza de él, adquiere el compromiso de cuidarle, lo que engloba su crianza, la cual incluye, a su vez y de manera fundamental, su educación (siendo la escuela colaboradora necesaria y de agradecer en esta función). Es una realidad prejurídica, indisociable de la relación paternofilial, que las normas de convivencia y las leyes han ido plasmando por escrito, especialmente en los últimos años.
Hay concepciones distintas de la educación, así los hechos y la Historia lo evidencian. Atendiendo a la clasificación por ideas políticas, en la actualidad vemos cómo unos pretenden imponer sus ideas -opinables, aunque se esfuercen por venderlas como únicas posibles- a los hijos de los demás y otros respetan la pluralidad y, en consecuencia, la libertad de elección. Pero no es un tema exclusivo de la política, hay infinidad de concepciones de la educación en muchos otros ámbitos, incluso de más hondo calado. La educación ha sido y sigue siendo tema de debate principal en el plano filosófico. Encontramos enfoques distintos (en ocasiones, directamente opuestos) en Platón, Aristóteles, San Agustín, Sto. Tomás de Aquino, Descartes, Rousseau, Bourdieu, Kant… Hay tantas corrientes, grandes pensadores, ensayos, foros, congresos y aproximaciones distintas al tema, que la idea de querer imponer a todos sin excepción una única concepción es, aparte de totalitaria, simplemente absurda. Precisamente por eso se protege el derecho de los padres a educar a sus hijos según sus propias creencias y convicciones.
La familia como obstáculo a la imposición ideológica.
No obstante, las corrientes ideológicas que han estado de moda recientemente -cada vez menos, pues los hechos van confirmando sus grandes lagunas- han atacado con vehemencia (y violencia, en algunos casos) tanto la transmisión de la cultura como las raíces de distinta índole que pueden dar lugar a una identidad no alineada con sus postulados. De ahí la persecución y estigmatización sólo a una religión, sólo a un sexo, sólo a una raza, sólo a una familia, etc.
En el terreno del lenguaje, lamentablemente, han conseguido grandes victorias, tachando de «ultra» o de «loqueseáfobo» a toda persona o institución que no asuma como propios (o incluso que no comparta, sin más) sus teorías o aspiraciones. En este sentido, si diésemos por válida esta fórmula para etiquetar personas, podríamos afirmar que esta ideología es «familiófoba».
El gran error que se comete aquí (y que, peligrosamente, se ha asumido por buena parte de la sociedad como algo normal) es el de aunar como si de una sola realidad se tratase tres realidades distintas: persona, actos libres e ideas y opiniones. Discriminar u odiar a una persona por cualquier característica objetiva o subjetiva de la misma, efectivamente, es discriminación, y hay que erradicar ese grave problema. Pero otra cosa muy distinta es el hecho de criticar los actos libres, lo que no implica discriminación alguna, y mucho menos aún hay fobias o discriminación hacia otra persona por discrepar de sus ideas y opiniones.
Que hay un empeño por parte de los partidos políticos más ideologizados por imponer a nuestros hijos lo que deben pensar y cómo deben actuar es innegable. Los padres somos una barrera, un obstáculo que les impide realizar ese objetivo y, por tanto, se esfuerzan por quitarnos de en medio, con estrategias como las reflejadas anteriormente, presentando a la familia como entidad represora o mermadora de los derechos de la infancia.
Precisamente quienes queremos y exigimos respeto a la libertad somos quienes respetamos la libertad de los demás. Yo no comparto en absoluto las ideas sobre educación del actual gobierno y, no obstante, jamás se me ocurriría prohibir a ninguno de sus ministros educar a sus hijos según su propio criterio (siempre que no incurra en conductas delictivas, etc.). No pretendo imponer, ni a ellos ni a nadie, mi manera de educar a mis hijos, cosa que viceversa no ocurre. Es paradójico, por tanto, que quienes pretenden imponer excluyente y totalitariamente su punto de vista a los demás sean quienes etiqueten como coartadores de libertad a aquellos que exigen pluralidad y ejercen el respeto a la diferencia.
El problema añadido a la sinrazón de las tentativas impositivas de su ideología es la cerrazón para no escuchar, para no dialogar, para no analizar la realidad y, por tanto, para no aprender de los errores.
¿Educación sexual obligatoria?
Ciertamente vivimos en una sociedad en la que en el terreno sexual se dan importantes paradojas: se promueven y consumen como nunca antes los anticonceptivos a la vez que aumenta cada año el número de abortos; hay más supuesta educación sexual que antes pero aumentan los delitos sexuales; se fomenta el respeto, el consentimiento y la protección de la mujer mientras que la pornografía -cuyos contenidos son violentos hacia la mujer en más del 80% de la oferta disponible- genera cada vez más adictos… Hay algo que falla en todo esto, algo que el modelo de educación sexual que se pretende imponer estropea, en lugar de arreglar. Por poner un ejemplo concreto, en ningún programa o ley de educación sexual pública a los que he tenido acceso -y no son pocos- se habla tan siquiera de la abstinencia o del compromiso de un proyecto vital en común como opción. No me refiero a que se tenga que proponer a todos -mucho menos imponer-, únicamente pongo de manifiesto que lo que llaman «educación sexual» es algo claramente sesgado y, cuanto menos, opinable.
La educación sexual, como cualquier otra que verse sobre temas donde hay cuestiones morales implicadas o, en un plano más general, distintas opiniones (lo que es propio de cualquier sociedad plural y diversa, como la nuestra), la familia educará a sus hijos según los valores y opiniones que estimen apropiados y convenientes, en libertad. Si es alguien externo en quien se confía/delega este tipo de educación, obviamente será responsabilidad de cada familia elegir qué enfoque será el adecuado para sus hijos, para lo cual es indispensable tanto la pluralidad de oferta como el conocimiento previo de los contenidos.
En este sentido, no sería razonable (ni plural, ni diverso) imponer una concepción particular de la sexualidad a los hijos de los demás. Caso distinto -incidiendo en lo reflejado en el párrafo anterior- sería el de ofrecer un abanico de posibilidades basadas en distintos criterios, los cuales conociesen las familias con carácter previo, para después poder elegir libremente en función de la opción que se adecúe a lo que en casa se pretende transmitir.
En definitiva, se trata de que cada familia vivamos, desde la premisa del amor a nuestros hijos, la responsabilidad (y derecho) de criarles y, por tanto, de educarles, haciendo lo que esté en nuestra mano para que, con nuestra ayuda -y la de la escuela-, éstos sean felices, sean las mejores personas que puedan llegar a ser.
Javier Rodríguez
Director General del Foro de la Familia.