Cuando era pequeña, tuve la suerte de poder vivir en una familia en la que éramos varios hermanos. Heredar ropa, repetir comida y compartir habitación son parte de la sobriedad que aprendí de mis padres, a pesar de que en nuestra casa nunca faltó de nada de lo necesario.
De mis padres aprendí a vivir muchas de las virtudes que me han ayudado en la vida cotidiana: la laboriosidad, la constancia, la caridad, la prudencia, la justicia… Y otras en apariencia más vulgares, pero no por ello menos importantes: comer todo lo que le pongan a uno en el plato, por poner el ejemplo más práctico. Pero de mis hermanos he aprendido otras tantas virtudes que mis padres no necesitaron inculcarnos, pues la propia vida familiar obligaba a vivirlas si querías convivir: la generosidad de no tener nada como propio, la humildad de pedir perdón, la paciencia y el cariño incondicional a los tuyos.
Ya siendo mayor de edad, me sorprendió ver en la televisión un programa de una conocida periodista criticando lo mucho que le había perjudicado en su vida el hecho de haber tenido un hijo: la falta de sueño, el cansancio, el gasto en pañales y biberones, la falta de tiempo para viajar y tener vida social y un sinfín de reproches a su bebé de cuatro meses con los que pretendía acabar con lo que ella denominaba tabús de la maternidad. Me percaté de que, a partir de entonces, cada vez era más frecuente en la televisión criticar la maternidad y la esclavitud que supone tener hijos. Seguramente esa presentadora no fuera el origen de nada, ni la primera persona que hablaba solo y exclusivamente de lo malo que tiene la maternidad, pero despertó en mi una sensibilidad especial en mi para percibir las críticas, veladas o públicas, al matrimonio, a los hijos y a la maternidad.
Sin embargo, ese programa no logró hacerme cambiar mi visión completamente positiva del hecho de tener hijos, sino que aumentó mi admiración por mis padres, a los que jamás escuché una palabra mala por el hecho de habernos traído al mundo, sino todo lo contrario.
De esta manera, hace ya seis años mi marido y yo tuvimos nuestro primer hijo y la semana pasada recibimos en la familia a Lola, la cuarta de nuestros hijos. La cara de felicidad de sus hermanos al recibirla en casa ya ha compensado el parto y todas las noches sin dormir que sin duda pasaremos, se olvidarán a los pocos meses y se verán compensadas sobradamente con cada sonrisa que nos regale a lo largo de su vida.
Por todo esto la familia es la célula social básica, pues sin la familia la vida en sociedad sería, en el mejor de los casos, mucho más complicada. Tal vez por eso todas las civilizaciones han protegido la unión de parejas con posibilidad formal de procrear. Pues romanos, fenicios, griegos y mongoles, egipcios, incas y aztecas buscaron proteger esa curiosa unión que se daba naturalmente entre hombres y mujeres que traían hijos al mundo y los criaban.
En estos tiempos se vislumbra cada vez más cerca la crisis de los Estados modernos. Los fenómenos identitarios, los populistas y nacionalistas, etc. son preludio de esa crisis que ya parece inevitable. Unos tiempos convulsos que vienen precedidos de años y años en los que la familia y el matrimonio han sido despreciados, ignorados, criticados y abiertamente atacados. ¿De verdad alguien es tan ingenuo como para pensar que esto es mera casualidad? Recogeremos lo que hemos sembrado, eso sin duda.
Aun así, hay muchos motivos para la esperanza, pues vemos como voces cada vez más relevantes se alzan en favor de un nuevo modelo de sociedad; un modelo en el que la familia sea escuchada por su gran papel civilizador. El rapapolvo de Ana Iris Simón quizás fue la expresión de una mayoría silenciosa que del Estado solo espera que no le ponga piedras en sus proyectos familiares. Pero también tenemos al faminazi Pedro Herrero, quien desde su podcast nos anima a luchar por formar la familia que queremos y a acallar los cantos de sirena que nos animan a buscar la felicidad en el dinero, las posesiones, los viajes y el placer. Y a las feministas clásicas atacando la colectivización y la libre autodeterminación de género, así como los vientres de alquiler y defendiendo la dignidad de la mujer y de los niños en gestación.
Mónica T.SM