Existe un bombardeo mediático de una cultura erotizada. Este tipo de cultura, además, se consume a través de la publicidad, la música, las series, las películas, los videojuegos y las redes sociales. Este es el contexto en el que, actualmente, los niños y niñas acceden a la pornografía a los ocho años: un hecho demasiado precoz que deja una huella muy potente en su cerebro. Así lo demuestran abundantes textos científicos.
Al mismo tiempo, el último informe de Save The Children, (Des)información sexual, sostiene que la pornografía es «fuente de inspiración para la adolescencia”. Definitivamente, parece que la pornografía se ha convertido en la escuela de la “educación sexual” de nuestros hijos.
El término prostitución viene del latín “prostituire” que, literalmente, significa estar expuesto a las miradas del público; estar en venta; traficar con el cuerpo. Por eso, la pornografía es prostitución filmada: son las dos caras de la misma moneda.
Hay quien defiende que la pornografía es ficción. Nada más lejos de la realidad porque las escenas son reales: se grava un acto sexual a cambio de dinero. Bajo un falso mensaje liberador, parece que las mujeres hoy son libres de poder ser pagadas por dejarse violar. Esta premisa vende un concepto erróneo de «libertad», pues la prostitución es todo lo contrario a ser libre. En este sentido, cabe añadir que la pornografía es indisoluble de la prostitución y que esta se alimenta de la trata de niñas y mujeres.
Son tan frecuentes los actos de violación en la pornografía en internet que normalizan los abusos, al hacer que parezca algo sin mayor importancia. La doctora Mónica Alario examinó durante cinco años, para su tesis doctoral, vídeos de las principales webs pornográficas. Su objetivo era profundizar sobre las repercusiones de la pornografía en la violencia sexual. Alario afirma rotundamente que la pornografía erotiza la violencia sexual. De hecho, el vídeo más visto, con más de 225 billones de reproducciones, es de una violación en manada.
Según el mencionado informe de Save The Children, más de la mitad de los jóvenes afirma que la pornografía les da ideas para sus propias experiencias. De esta manera, quizás no debería extrañarnos, pero sí inquietarnos, que el consumo de sexo procaz en internet sea la escuela sexual de nuestros hijos e hijas.
Al hilo de esto, es imprescindible no caer en una falacia que se oye en no pocos foros: la de que es posible un porno «más ético» en el cual no se graben secuencias violentas, y más «feminista», en el sentido que la mujer sea más protagonista y no esté tan sometida a las escenas que tienen que ser «con consentimiento». Decir este tipo de afirmaciones es, sin duda, una estrategia para blanquear la explotación del cuerpo en la red. Definitivamente, yo no creo que sea posible un porno ético. Y no solo por las implicaciones que tiene en quienes lo consumen, sino por las consecuencias que causa en los mismos actores y actrices y en el resto de la sociedad.
Ante este escenario, ¿qué podemos hacer las familias? A muchas quizás les da apuro hablar sobre estos temas, o creen que poniendo filtros en los dispositivos o no comprando el móvil, es suficiente, pero no. A partir del momento en el cual nuestros hijos e hijas se relacionan con otros niños o tienen acceso a los dispositivos de cualquier familiar, es imperativo hablar del tema. Eso sí, siempre haremos discurrir esas conversaciones con un discurso adaptado en la edad del niño o de la niña. Lamentablemente, la realidad es que no se está haciendo así y la desinformación les está llegando a través de sus amistades, sus influencers de cabecera o la pornografía.
Anna Plans.