Cada vez hay más teorías y métodos para supuestamente ayudar a hacer mejor casi todos los aspectos de nuestro día a día, no siendo la educación de los hijos una excepción. No pongo en duda la fiabilidad de ninguno de ellos ahora, pero cada vez que «sale» un nuevo método no puedo evitar acordarme del ejemplo de las dietas para perder peso: «la revolución de la piña», «los superalimentos al rescate», «pon un tomate en tu vida», etc.
Es fácil (o, por lo menos, a mí me lo parece) perderse entre tanta información, más aún en estos tiempos de extraño culto a la novedad, en los que la etiqueta de retrógrado es colocada al instante en la frente de quien no se apunta acríticamente a la última tendencia de moda.
Es fácil, por tanto, dejar de prestar la atención que merece la herramienta educativa más fiable y potente que todos los padres y madres tenemos al alcance de la mano: el ejemplo.
Los padres, queramos o no, somos el espejo en el que nuestros hijos se miran. Aprenden más observando que escuchando. Esto, cuando crecemos, parece que va perdiendo peso específico, prueba de ello es la poca importancia que damos (en general) a la incoherencia dominante entre el contenido de los discursos públicos y los actos y conductas personales de quienes los proclaman.
Volvamos a la educación de los hijos. De nada servirá que a los hijos les repitamos que no hagan algo concreto si constantemente nos ven hacerlo a nosotros mismos. Y viceversa. Repetirles lo necesario y pertinente que es hacer algo de una determinada manera, si nosotros siempre lo hacemos de otra manera distinta, no tendrá el resultado esperado. Ejemplos hay todos los que se nos puedan ocurrir (orden, aseo, volumen de la voz, pedir las cosas «por favor», dar las gracias, etc.).
Si de verdad queremos construir un mundo mejor para nuestros hijos, hemos de empezar inevitablemente por el ejemplo propio. Si de verdad nos creemos que queremos una sociedad respetuosa y amable, hemos de esforzarnos por ser respetuosos y amables. Incluso con los que nos atacan con motivo de nuestras opiniones o creencias. Si no lo hacemos, de nuevo, el resultado no será el esperado.
Espejo de nuestros hijos
Aquí sí me permito poner un ejemplo concreto: si estamos intentando educar a nuestros hijos en el respeto a toda persona independientemente de cualquier característica objetiva o subjetiva, pero nuestros hijos nos ven (y escuchan) insultar a alguien cuando sale por televisión o conversamos con amigos, no nos extrañamos después si no conseguimos que nuestros hijos respeten a todas las personas. No quiero decir que hacer lo contrario sea garantía de éxito (la libertad existe, y menos mal), sino que no hacerlo sí es garantía de fracaso.
Construir una sociedad mejor comienza por uno mismo, por la propia familia, por el propio entorno. No perdamos de vista el poder del ejemplo. Las consecuencias de esforzarnos por vivir aquello que queremos transmitir. Por coherencia. Por sentido común. Por el bien de todos.
Hablemos bien de las cosas buenas. Esforcémonos por ser ejemplo vivo de las mismas.