El momento es duro. Sin peros. Es una situación tan desconocida como peligrosa, y no sólo en lo que a la transmisión de un virus para el que aún no hay vacuna se refiere.
Llevábamos décadas, una vida entera en muchos casos, viviendo una vida llena de comodidades que se daban por sentadas, dejándonos llevar por la corriente de una sociedad que constantemente exigía derechos y que huía de las responsabilidades.
El infantilismo y sentimentalismo regían incluso la elaboración de las leyes. No había espacio ni tiempo para el pensamiento crítico, para la reflexión, para el análisis sosegado de lo que es conveniente o no, de lo que es bueno para todos o es, en cambio, beneficioso para unos pocos. Apelábamos a la emoción a través de imágenes, vídeos y pocos caracteres, dejando a la Razón sin voz ni voto, por incómoda, por requerir un mínimo esfuerzo -el de pensar- para el que nuestro ritmo de vida frenético no estaba capacitado.
Hoy, después de casi dos meses confinados, el panorama es distinto. No sólo en lo externo, sino en la forma de ver la vida de muchos, en la escala de prioridades, en el valor que le otorgamos a las cosas, muchas de ellas innecesarias y muchas, que habíamos olvidado, tremendamente necesarias.
Todavía hoy, aquellos que ansían lo que creen que es poder por el mero hecho de instalarse -o perpetuarse- en él, siguen obstinados en emplear las mismas estrategias que antes, las mismas que «funcionaban» en una sociedad irreflexiva e infantil. Es decir, el miedo y el enfrentamiento.
Miedo a hablar por ser etiquetado de ultra. Miedo a alzar la voz por ser víctima de un lapidamiento social. Miedo a salir. Miedo a morir. Miedo a contagiarse o a contagiar. Miedo ante lo desconocido. Miedo, en cualquiera de sus formas, del que quieren seguir sacando rédito personal quienes deberían transmitir seguridad y control.
No queda otra que aprender a convivir con el virus, mientras no haya vacunas para todos (cuando ni siquiera hay tests para todos). Con prudencia y medidas de precaución serias y razonables, pero toca convivir con ese riesgo. El miedo paraliza. El miedo lastra. El miedo mueve masas. Y lo saben bien.
No caigamos en la trampa
Enfrentamiento. Enfrentarnos a todos, como población civil, en función de nuestro sexo, de nuestra orientación sexual, de nuestras creencias, de nuestra opinión política. Enfrentar a hijos contra padres, a la escuela pública contra la concertada, a la España vaciada contra la «superpoblada». Ahora, enfrentar aplausos contra cacerolas, sanidad pública contra privada, solteros contra padres, jóvenes contra mayores, seguidores contra críticos, dueños de perros contra el resto.
Cuanto más nos entretengamos entre nosotros, más tiempo para ellos. Mientras, sigue la tramitación de la ley de homicidio asistido y de la ley de restricciones a la libertad educativa, sigue el «blindaje» en las instituciones y sigue el acaparamiento de sillones entre los mismos que no nos dan respuestas ni planes, pero sí fases etéreas.
Familias: no tengamos miedo, no caigamos en la trampa de enfrentarnos entre nosotros. Saldremos de ésta, como de todas. Y saldremos antes si permanecemos unidos. Si somos valientes.
Javier Rodríguez
Director General del Foro de la Familia