No digo nada nuevo cuando señalo que el coronavirus ha cambiado nuestra forma de vida para siempre. Debido a mi trabajo como enfermera en la UCI de un hospital madrileño, estoy viviendo esta crisis en primera línea, incluso he caído enferma durante varias semanas. En estas líneas quiero compartir lo que está suponiendo para mí como mujer, esposa, madre y enfermera.
En lo personal, me ha enseñado a priorizar las cosas de una manera muy distinta, dando valor a lo que realmente lo tiene; y sobre todo me recuerda que he de vivir día a día, o más bien, momento a momento. Sólo tengo el ahora, y proyectar planes futuros únicamente sirve para desanimarme.
En el ámbito familiar hemos experimentado más aspectos positivos que negativos. El confinamiento en el domicilio nos ha permitido pasar una cantidad de tiempo juntos, matrimonio e hijos, que con las actividades de nuestra anterior rutina era impensable. Claro está que esto se ha dado pagando un precio demasiado alto. Disfrutamos muchísimo de estar juntos, sin necesidad de mirar el reloj “porque mañana hay cole u otras obligaciones”. Pero también añoramos mucho pasar tiempo con el resto de nuestros familiares y amigos.
Mi familia es una importante fuente de energía necesaria en estos momentos. Cuando tengo que salir a trabajar y mi marido intuye que estoy más cansada o desanimada, inicia una oleada de aplausos que continúan nuestros hijos. Así que, en casa, los aplausos sanitarios no tienen horario fijo, se pueden dar en cualquier momento.
Cuando vuelvo del trabajo, nuestro hijo de 3 años sale corriendo a la puerta a recibirme con los brazos abiertos. Y tenemos que decirle: «¡aún no!» Y se aparta de mí cabizbajo. Se me parte el alma. Hago todo mi ritual de limpieza y desinfección y todos ellos esperan pacientemente. La ducha reconforta mi cuerpo agotado. Y después los abrazos de mi marido e hijos me reconfortan el alma.
Familia y enfermedad
En cuanto al trabajo, esta nueva enfermedad nos ha obligado a todo el personal sanitario a tener que adaptarnos a nuevas situaciones, nuevas formas de trabajo, nuevos recursos, etc. de forma constante. Fui de las primeras sanitarias en contagiarme y estuve varias semanas de baja por Covid. Cuando volví a mi puesto de trabajo, me pareció un hospital diferente a cómo lo había dejado.
La admiración que siento por mis compañeros no deja de crecer. Siempre hay alguno dando palabras de ánimo a los que pasan peores momentos. El trato a los pacientes, estén conscientes o sedados, es muy cercano y humano, independientemente de lo que cada uno estemos pasando en casa. Porque no hay que olvidar que somos personas, tenemos familia y preocupaciones, y nuestra vida ha cambiado drásticamente.
Algo muy duro que estamos viviendo las enfermeras y TCAE, es cuidar de nuestros pacientes con esa distancia de sus familiares. Esto saca toda la humanidad que llevamos dentro, la poca que no había salido ya; pero al fin y al cabo, no somos su familia, por mucho cariño que le pongamos. Se echa en falta la mano de un hijo, una esposa…que pase la enfermedad o incluso la muerte con nuestros pacientes.
Recuerdo un paciente que, cuando se le retiró la sedación y pudo tomar conciencia de la situación en que se encontraba, se mostró muy preocupado por su familia, pensando que estarían fuera, en la sala de espera, sin pasar a verle. Le explicamos todo y al fin, su respuesta fue: «¡Qué mal!» No había consuelo para él y debíamos intentar levantarle el ánimo para que sobrellevara lo mejor posible las interminables horas que le quedaban hasta poder ver su esposa cara a cara. Programamos una videollamada para el turno siguiente.
Lógicamente yo le entendí, porque mi marido e hijos son un gran apoyo para mí en esta situación. Todos necesitamos a nuestra propia familia.
Rebeca García Rodrigo
Esposa, madre y enfermera