Hemos conocido esta semana una información que ejemplifica perfectamente cómo funciona una ideología cuando se le da carta blanca: Como un agujero negro. No hay nada que le satisfaga, todo es insuficiente para contentar a sus militantes, y acabará tragándoles incluso a ellos.
En concreto, se ha publicado en la revista Healtcare un artículo en el que se reclama, en aras de no ofender al lobby LGTBI, en este caso, especialmente a los transexuales, que dejemos de llamar vagina a la vagina y se le comience a referir como «agujero frontal«.
La explicación a tan profundo reclamo es que «a algunas personas ‘trans’ y ‘no binarias’, asignadas mujeres al nacer, les gusta el sexo con penetración, pero experimentan una disforia de género cuando a esa parte del cuerpo se le llama vagina».
No se trata de una broma. Es una reclamación seria por parte de un lobby que se siente fuerte, al que se le está dando carta blanca y al que se está utilizando para aprobar leyes que limitan las libertades y derechos fundamentales. En el fondo, estamos ante un paso más en la decontrucción de la humanidad de las personas, de su dignidad, reduciéndolas a ser «un agujero».
Este artículo encierra mucho más. Esta nueva coz del lenguaje inclusivo demuestra que el cambio de sexo no es más que una operación estética. Una intervención que oculta o camufla los genitales biológicos de la persona que reniega de ellos. Pero que no cambia el cuerpo. Y el sufrimiento de las personas que viven esta situación no disminuye.
Conviene no dejarse llevar por esta corriente y mantener los pies en el suelo. La alternativa es ser arrastrados por ese agujero negro que es la ideología de género.