Con motivo de los últimos datos del INE sobre natalidad, en la que esta se hunde un 40% en los últimos 10 años, es inevitable considerar de nuevo el aborto y su participación en estas cifras.
Cierto es que el descenso de la natalidad no se debe en su mayor parte al aborto, ya que los factores que influyen son muchos y complejos, pero sí es verdad que el aborto actúa como síntoma de una sociedad enferma cuya primera manifestación real es el suicidio poblacional.
Después de estos datos, diversos analistas se han lanzado a explicarnos las causas de este descenso, y nos han dicho que es debido a la falta de ayudas a la familia, a la falta de conciliación familiar, en definitiva, a la economía familiar.
Pero lo anterior no es cierto, o no lo es en una gran parte que se encuentra “sumergida”. Un ejemplo: en 2018 cayó de nuevo la fecundidad en Suecia, Noruega y Dinamarca. También en Finlandia, con el menor número de hijos por mujer de su historia, al igual que Noruega. Hace unos diez años, los países escandinavos, muy prósperos, y con grandes ayudas del Estado por tener hijos (en dinero, permisos de maternidad/paternidad y conciliación), se acercaban al nivel de fecundidad de reemplazo. Hoy ya no es así. Por tercer año consecutivo la natalidad ha bajado en estos países que eran el modelo a seguir.
Se pueden poner más ejemplos, pero no es necesario: la caída de la natalidad no es debida, en su mayor parte, a las condiciones económicas de las familias. Hay algo más profundo.
Y aquí es donde llega el aborto como síntoma de una enfermedad más profunda, y en concreto, el aborto de los niños con síndrome de Down resulta el más paradigmático. Las causas de la eliminación de estos niños son siempre las mismas; resultan una carga insuperable a priori para los padres. Pero resulta curioso que los padres de niños Down dicen lo contrario; estos niños han llegado para poner alegría en su vida. Son niños sin doblez, todo cariño y que enseñan, sin quererlo, a las familias a ser familias.
Se los está exterminando como si fueran “monstruos” (cfr. Rosa Regàs y Arcadi Espada). Se calcula que para el año 2050 no habrá más Down. Y esta es la verdadera enfermedad: el egoísmo absoluto de una sociedad que sólo busca el propio placer y bienestar y que no quiere “problemas” que alteren su modo de vida vacío de alma y lleno de muchas otras cosas.
Pero si lo anterior es para escribir un ensayo entero, lo que viene es para realizar una reflexión profunda, muy profunda, sobre la hipocresía en la que vivimos. Hace diez años tuvo lugar en España la mayor manifestación en defensa del niño no nacido. Fue en Madrid el 17 de Octubre de 2009. Las asociaciones adheridas se contaban por cientos. ¿Cuántas asociaciones de niños Down se adhirieron? Una, solo una. Y había más de 50. ¿Por qué? No querían hacer ruido, no se querían significar políticamente, “aquí tenemos muchas sensibilidades”, “somos asistenciales, no políticas”,… En realidad su mensaje es que estaban de acuerdo con la ley del aborto “en algunos supuestos”, sin querer discutir o reflexionar acerca de qué supuestos ninguno de los defensores de la ley discutía: “la malformación del feto”.
Tenemos el índice más bajo de nacimiento Down en el mundo, pero tenemos el mayor número de asociaciones que dicen defenderlos. Hipócritas.