En 1973, el Tribunal Supremo de los Estados Unidos dictó la sentencia en el caso Roe vs. Wade por la que se despenalizó el aborto en el país anglosajón. La propia demandante, Norma L. McCorvey (que utilizó el seudónimo “Jane Roe”) reconoció después que había mentido sobre su propio caso –no fue violada- y que fue manipulada por dos abogadas feministas financiadas por Playboy –como afirmó el propio Hugh Hefner, fundador de la compañía-, e incluso pidió a la Corte Suprema la revisión del fallo, la cual fue denegada.
Ya era tarde. Los intereses de multinacionales relacionadas con la pornografía y las corrientes ideológicas de carácter feminista radical habían triunfado. Por el contrario, millones de personas inocentes y millones de madres en situación de vulnerabilidad habían perdido. En realidad, todos, la especie humana, hemos perdido.
61 millones de americanos inocentes muertos y 46 años después de aquella sentencia, en Nueva York han dado una vuelta de tuerca más. Pensábamos que no podíamos ser más inhumanos. Nos equivocábamos. El Senado de este Estado ha aprobado el pasado martes 22 de enero una nueva ley del aborto que permite “deshacerse” del bebé en cualquier momento del embarazo y que permite realizar los abortos a enfermeros y asistentes. Y lo han hecho entre aplausos y sonrisas. Incluso se han iluminado al efecto varios edificios emblemáticos de la ciudad de Nueva York para celebrarlo.
Nueva York, antaño paradigma de la libertad, es hoy paradigma de la gran injusticia inhumana y genocida de nuestra época. Se vende la muerte de inocentes como si fuese un “derecho de salud reproductiva”. Desde luego, jamás disfrutará de tal derecho una persona a la que no se le permite nacer. Jamás podrá decir “es mi cuerpo, yo decido” una niña inocente abortada. Es incómodo leer estas líneas, porque es una realidad dura, brutal, inhumana. Es mejor no pensarlo mucho, no vaya a ser que nos demos cuenta de la barbaridad que estamos permitiendo. Mejor venderlo como derecho de las mujeres, ahora que el feminismo radical tiene el viento de cola. Eso sí, sólo de las mujeres supervivientes, las ya nacidas. “Sororidad selectiva”, leía hace pocos días.
Las madres no son asesinas, son igualmente víctimas de este caos, de este hundimiento moral de Occidente. Reciben presiones hasta de los propios profesionales médicos. Sí, el aborto es un fracaso. Personal y social. Salvemos las dos vidas, como bien dicen nuestros amigos del otro lado del charco. Seguimos avanzando en la cultura de la muerte y posponiendo las ayudas y facilidades para todas esas madres que quieren seguir adelante y superar las adversidades. Seguimos, como en Nueva York, celebrando neciamente el fin de nuestra propia humanidad.
Javier Rodríguez.
Director General del Foro de la Familia.