El próximo martes día 23 de octubre se estrena en los cines de España el documental “Big Fertility”, creado por el Centro para la Bioética y la Cultura (Center for Bioethics and Culture Network) que dirige Jennifer Lahl, y distribuido en nuestro país por la Fundación +Vida.
El documental indaga en los dilemas éticos y legales ligados a la mercantilización de las biotecnologías aplicadas a la reproducción humana, en este caso centrándose en la maternidad subrogada. Lo hace a través de la historia real de Kelly Martínez, joven estadounidense que fue madre por subrogación para tres parejas distintas y que, después de casi costarle la vida y la quiebra económica, es firme defensora de la prohibición de esta práctica.
Al hilo de este estreno, conviene despejar algunas dudas conceptuales. Como bien puntualiza Nicolás Jouvé en su libro “La maternidad subrogada” (Ed. Sekotia), hablar de “vientres de alquiler” no sería correcto, puesto que es imposible contratar o alquilar una parte del cuerpo de una persona desligada de esa persona en su integridad. Sea cual fuere la intención de quienes desean que otra persona lleve a cabo un embarazo, lo cierto es que en esta práctica se está contratando a una mujer en su integridad. Del mismo modo, utilizar el concepto de “gestación por sustitución” implicaría seguir el juego a quienes quieren ocultar la palabra “maternidad” en su auténtico significado, máxime cuando en esta práctica hay una maternidad genética (madre que aporta el óvulo a fecundar) y una maternidad biológica (a quien se le inserta dicho óvulo, lleva a cabo el embarazo y finalmente dará a luz al bebé), aunque haya casos en que ambas coincidan en la misma mujer. Por ello, resulta más apropiado hablar de “maternidad subrogada”.
Es un caso más de la ponderación de los deseos de ser padres de los adultos por encima del derecho natural de los niños a tener un padre y una madre y a ser queridos por éstos. Es la instrumentalización de una vida humana al servicio de un deseo (legítimo o no) de terceros, la concepción del hijo como un derecho y no como un regalo. Es la cosificación de la mujer, a quien se le compra un óvulo y a quien se le paga por llevar a cabo el embarazo. Mercantiliza la vida y dignidad humana tanto del bebé como de la mujer (incluso en la versión “altruista” como en Inglaterra hay agencias que se lucran de por medio, hay que pagar médicos y hay compensaciones por las “molestias”). Es la selección genética, otro proceso donde hay embriones humanos descartados (congelados o destruidos) por cada uno que se “escoge”.
En un debate reciente sobre este tema, unos padres cuyo hijo fue fruto de esta práctica me dijeron que argumentar estas cuestiones morales era extremista y que iba a favorecer que su hijo sufriese abusos en el colegio. Nada más lejos de mi intención, esos niños tienen la misma dignidad que tenemos todos, por ello cualquier tipo de discriminación es intolerable. Lo que no quiere decir que tenga que aceptar como buena la práctica de la maternidad subrogada, o no pueda dar mi opinión al respecto, más aún cuando estamos hablando precisamente de eso, de respetar la dignidad de las personas.