Esta semana hemos tenido dos días reseñables: uno de forma voluntaria y otro de forma obligatoria, o si quieren, de forma coercitiva.
El primero ha sido el Día Internacional de la Familia, que algunos por ignorancia y otros de mala fe, han tratado de pluralizar llamándolo «día de las familias», donde no se quiere indicar que haya muchas familias, sino muchos modelos de familia.
La celebración del día de la familia ha sido voluntaria. El Foro ha instado a diversas administraciones locales que pusieran en edificios emblemáticos la bandera de la familia que idearon en Naciones Unidas. A muchos no nos gusta y no tenemos ni idea de qué ha podido pasar por la cabeza del diseñador para ver la idea de familia en un cuasicuadrado rojo sobre fondo verde. No vamos a preguntar, pero el caso es que hay un emblema internacional.
La lucha para que se hiciera visible en las instituciones ha sido ardua, y hemos conseguido que muchos la pongan, incluida la Comunidad de Madrid, no así el Ayuntamiento. En concreto, el Ayuntamiento de Madrid contestó que esa efeméride no va con ellos y que es un tema que no le interesa. La familia.
Y llegamos a la segunda fecha señalada, el Día Internacional LGTBi. Aquí la cosa ha sido muy distinta: con el Gobierno al frente, todas las instituciones se han apresurado a elaborar notas de apoyo y a poner banderas en diferentes sitios, venga o no venga a cuento. Llama la atención que se hable tan vehementemente de «discriminación» de esta minoría y no se ponga el mismo énfasis en denunciar, y reparar, otras discriminaciones más relevantes y de más trascendencia para el conjunto de la sociedad, como es la maternidad, la vida o la misma familia.
Parece que la lucha contra la discriminación de la mujer-madre es opcional y la lucha contra la discriminación LGTBi es obligatoria. Si no inclinas la cabeza ante la segunda da igual que la levantes ante la primera. A esto se le ha llamado siempre «miedo«; miedo a ser señalado, miedo a ser insultado, miedo a ser excluido. Aquí la verdad no tiene sitio, solo caben el disimulo y el sentimiento. Se han abolido la Verdad y la Razón por incómodas, por molestas y por políticamente incorrectas.
Hay que ser muy valiente hoy para decir que existe un orden en la discriminación, y ese orden ha sido pervertido por una minoría muy ruidosa que maneja a una mayoría miedosa.
Pero no será siempre así. Al final la naturaleza pone a cada uno en su sitio, y lo que tiene valor perdurará y lo sentimental quedará en el olvido.