La relación personal más intensa y auténtica entre dos personas es la del encuentro: consiste en una experiencia personal radical en la que dos personas se hacen presentes de modo significativo, dándose, acogiéndose mutuamente y estableciéndose entre ellas una comunión fecunda. Cuando uno vive el encuentro, no implica exclusivamente darse cuenta de la existencia del otro sino también la vivencia de su ser bueno, y en esa medida es deseable que el otro exista. Al advertir la existencia del otro y adquirir conciencia de la bondad de su existencia, se incorpora el otro en el proyecto vital. Es pues, el salto del individualismo al personalismo. No hay un yo sin Tu. El tú comparece cuando un yo sale de sí, se funda en nosotros.
Así pues si todo verdadero encuentro busca la “voluntad” de promoción mutua, cuanto más en el encuentro entre los esposos, donde la realidad conyugal se ve trascendida mucho más allá de si misma. Es esta diferencia heterosexual la que nos brinda no una unión fusional, sino de complementariedad. Pues en ella no prima la igualdad sino la diferencia que interpela a los esposos para acogerse; en ese momento hay una aceptación que lo es también en toda su proyección temporal: querer al otro por lo que ha sido, por lo que es y por lo que será. Y así mismo confirmarle, afirmar al otro “varón respecto de la mujer” y “mujer respecto del varón”.
Fruto de este encuentro ha brotado la conyugalidad. La aceptación de la polaridad heterosexual es básica, para la fundamentación antropológica que subyace a la comunidad conyugal. Esta dimensión sexuada de la corporeidad afirma a los esposos en lo conyugal, una sola carne alejada por supuesto de la malentendida fusión, ya que ambos siguen siendo dos personas y dos naturalezas individualizadas. Así mismo dentro de esta complementariedad nace la experiencia de la alteridad, que es reconocer al otro como diferente a mí. Es en este momento cuando la pareja ha logrado dar ese gran salto de un amor espontáneo y egocéntrico basado en intereses y necesidades propias, a ese amor de pareja que crece al alimentarse de la vivencia de la alteridad.
Y es que incluso estas diferencias entre hombre y mujer se han comprobado a nivel neuroanatómico. No es pues erróneo pensar que somos diferentes, frente a una continúa “igualdad enmascarada” que se trata de divulgar hoy en día y que nos hace continuamente compararnos y anular nuestras diferencias y no aprovecharlas; así las mujeres tienen una mayor habilidad para hablar de los sentimientos, de la filosofía de la vida y espiritualidad. Ellos suelen hablar el lenguaje de la razón, de la solución de problemas y aspectos pragmáticos.
Como vemos las diferencias son positivas si sabemos acogerlas; o bien contemplarlas como negativas cuando no las aceptamos. Si que podemos tomar una u otra alternativa pero si no aceptamos esas diferencias corremos el riesgo de estrellarnos una y otra vez contra un muro en nuestro deseo de hacer cambiar al otro. De ahí viene la aceptación del otro, en cuanto verlo desde la diferencia que me hace salir de mí y me enriquece y enriquece la relación. Por supuesto que es posible que nos atasquemos en estas situaciones y es necesario para la misma pareja atravesar esos momentos de crisis. Pero estará en nuestra mano afrontar las crisis con positividad y como momento de superación y desafío. Porque a veces no son las crisis en si las que provocan malestar sino, que lo que causa dolor es cómo se viven esas diferencias. Y así sucede que la no aceptación del otro puede abrir la puerta a verdaderas patologías psicológicas. Esto puede producir frustración por ambas partes, rabia en el hombre y depresión en la mujer.
Si vemos las diferencias como riqueza abre la puerta para que la pareja pueda exponer libremente cuales son sus intereses, deseos, sentimientos, necesidades, etc. Porque esta actitud es lo que conduce a la flexibilidad y que en la pareja puedan exponerse mutuamente su intimidad, su mundo emocional sin temores fomentando la escucha de lo que cada uno espera personalmente y de lo que su relación de pareja necesita. Desde dos puntos de vista ambos abrirán cauces distintos para dar su visión del mundo, la manera de pensar y reaccionar y abordar las cosas. No se trata con esto de que renuncien a sus planteamientos sino mantenerse receptivos para comprender al otro cónyuge y desde ahí lograr acuerdos. Se así como el amor esponsal crece: cuando ambos piensan juntos se proyectan juntos y eligen juntos.
Mª del Carmen González Rivas.
Psicóloga y terapeuta de familia.
Centro de tención psicológica y familiar Vínculos en Badajoz.