Ofrece certeras críticas a la adicción a los videojuegos y a la especulación inmobiliaria, así como una enriquecedora y nostálgica exaltación del amor, la amistad, la solidaridad, el trabajo en equipo y el verdadero espíritu deportivo frente a su mercantilización.
El cineasta bonaerense Juan José Campanella se ganó un merecido prestigio por sus trabajos en diversas series televisivas estadounidenses —como Strangers with Candy, Ley y orden o House— y en largometrajes argentinos como El niño que gritó puta, Y llegó el amor, El mismo amor, la misma lluvia, El hijo de la novia o Luna de Avellaneda. Finalmente, triunfó en todo el mundo con El secreto de sus ojos, Oscar 2010 a la mejor película en habla no inglesa. Ahora, en Futbolín, transforma el cuento Memorias de un wing derecho, del escritor rosarino Roberto Fontanarrosa, en una especie de híbrido entre Toy Story y Luna de Avellaneda.
Un padre relata a su hijo —que vive enganchado a la consola de videojuegos— la alucinante historia de un chaval como él. Ya de niño, Amadeo era el mejor jugador de futbolín del bar que su padre regentaba en una pequeña ciudad argentina. Y ya entonces, el enclencle y desgarbado Amadeo estaba enamorado en secreto de la guapa Laura, su mejor amiga. El momento culminante de su infancia fue cuando ganó en el metegól a El Grosso, un atlético y presumido chaval de su edad. Años después, Amadeo sigue siendo tímido y bondadoso, sigue trabajando en el bar de su padre, sigue jugando al futbolín —ya bastante ajado— y sigue sin atreverse a manifestar su amor a Laura, que está más guapa que nunca.
En ésas, retorna al pueblo El Grosso, que ahora es un rico y famoso jugador de fútbol profesional, al que llaman El Crack. Su oscura intención es vengarse de aquella humillación infantil comprando todo el pueblo para transformarlo, con ayuda de su siniestro manager, en una ciudad sofisticada, con un gran estadio y numerosos casinos. Pero, al poco de que Grosso le destruya el bar, Amadeo descubre que, por arte de magia, los jugadores de su querido futbolín han cobrado vida. Liderados por el carismático Capi, ayudarán a Amadeo y a otros jóvenes frikis del pueblo en su lucha contra El Crack. Un lucha que culminará, claro, en la cancha de fútbol.
Esta ambiciosa coproducción hispano-argentina de animación en 3D estereoscópico —la primera película argentina con esa técnica— goza de una estupenda animación por ordenador, en la que se aprecia para bien la labor de supervisión del magnífico animador español Sergio Pablos, tanto en los imaginativos fondos como en el diseño y la gestualidad de los personajes, aunque algunos resultan demasiado parecidos al de otras producciones animadas recientes.
Sin embargo, ese esfuerzo técnico se ve un tanto devaluado por culpa del guion, poco fluido y un tanto caótico, quizás por un exceso de personajes y tramas paralelas. En todo caso, se trata de una película notable, con pasajes espectaculares y cinéfilos golpes de humor, como ese futbolero homenaje inicial a 2001, una odisea del espacio, de Stanley Kubrick, o ese otro a Apocalypse Now, de Francis Ford Coppola. Además, ofrece certeras críticas a la adicción a los videojuegos y a la especulación inmobiliaria, así como una enriquecedora y nostálgica exaltación del amor, la amistad, la solidaridad, el trabajo en equipo y el verdadero espíritu deportivo frente a su mercantilización. Por eso no sorprende que haya sido un exitazo en Argentina. Veremos cómo funciona en España.